Si estás en Costa Rica y
decides cruzar a Nicaragua, antes, debes salir del país de la «Pura
Vida» y lo haces colocándote al final de una kilométrica y
serpenteante fila transitada por un gran número de personas ,
la mayoría, van empujando sus enormes maletas y cargando con sus
pesadas bolsas. Y luego, estamos nosotros, los guiris, una especie
por lo general blancuzca y descolorida repartida aleatoriamente a lo
largo de toda la fila, con nuestras inmaculadas maletas y
nuestras cremas solares con altos índices de protección. Y ,allí,
serpenteando, pasamos las horas hasta llegar al puesto de control. Y
mientras caminamos bajo el sol abrasador sudamos y bebemos agua,
tanta, que nos la bebemos toda. Pero como ya estamos a dos pasos de
la puerta, decidimos que no es el mejor momento para abandonar
nuestro lugar en la fila en busca de líquidos, así que nos quedamos
esperando bajo el enorme techo de uralita a temperatura ambiente…

Después de un rato,
cuando por fin conseguimos entrar, comprobamos que la fila aún
continúa , en un lugar mucho más reducido, pero cabemos todos,
apiñados, como sardinas en lata. Y así, sin más, dejas de sudar
porque directamente tu cerebro ha comenzado a derretirse y cuando
llega tu turno ya no hablas, balbuceas. Y sí te dicen que uno de los
números de tu pasaporte no coincide con el que aparece en el
resguardo del impuesto de salida, ese que se te ocurrió pagar on
line con idea de agilizarlo todo, ya solo te quedan fuerzas para
mirar a la funcionaria, secarte el sudor que te cae por los ojos y
esperar a que se apiade de ti. ¡Pero eso no ocurre!. Así que debes
cambiar de fila y volver a pagar el impuesto. Pero no lo piensas, ¡Lo
haces! Porque lo único que, de verdad, importa es que te estampen el
sello y salir , lo antes posible, de aquella sauna con olor y
sabor a humanidad.

Con
los sellos ya estampados en nuestros pasaportes, ahora, nos tocaba
caminar entre una kilométrica fila de enormes y coloridos camiones
dispuestos a cruzar la frontera en dirección a EEUU y, entre
el polvo que despiden a su paso y el sudor que emana de nuestros
cuerpos, somos lo más parecido a unos salmonetes rebozados listos
para ser fritos por el hirviente sol… Durante el trayecto comienzo
a sentir que mis rodillas están decidiendo que van a dejar de
sostener mi cuerpo y justo cuando una de ellas flaquea, divisamos a
lo lejos ,entre el polvo en suspensión, una pequeña garita de
color azul con un cartel que que reza: «Bienvenidos a la
Frontera de Nicaragua»…

Animados
y muy sudados llegamos al control fronterizo donde un señor policía,
no demasiado amable, nos pide los pasaportes… Los abre, los hojea y
se aleja caminando hacia donde se encuentra un segundo señor
policía, también encargado de ir dejando pasar a la gente y que, al
igual que su compañero, va embutido en su uniforme con todos los
botones abrochados hasta el cuello. El policía 1 se encuentra con el
policía 2 y , mientras le entrega nuestros pasaportes, le dice
algo al oído. Ambos nos miran. Y nosotros que somos muy dignos,
decidimos no indignarnos . El policía 1 vuelve ,de nuevo, a su
garita y el policía 2 hace un gesto con su dedo índice a modo
de «venid aquí los dos», gesto que acompaña con una
expresión facial que denota un cierto aire de superioridad y
que viene a significar algo así como «Por mis cojones».
Nosotros acudimos a su llamada ,con nuestras ya desdibujadas
sonrisas, y después de colocarnos frente a él, nos mira y dice en
voz alta: «Espa-ño-leeeessss» pero no lo pregunta, lo
asevera y ,a continuación, vemos en sus ojos como en una pantalla de
cine, desfilar toda la flota de Hernán Cortés y toda la leyenda
negra que , desgraciadamente, aún subyace en la memoria colectiva

Y ,de
nuevo, vuelve a hacer uso de su dedo índice pero está vez
para indicarnos el lugar donde vamos a quedarnos a esperar y ,allí ,
a pleno sol, al lado de un señor sentado en el suelo, que a ratos
ríe y a ratos emite sonidos onomatopéyicos, nos quedamos
esperando…

Con
toda la protección solar repartida por nuestras caras, brazos y
piernas, pero otra vez sin agua y con la boca más seca que una
mojama, miro a mi alrededor y descubro que, justo a tres pasos
, hay un diminuto tejadillo de uralita y es ,en ese momento, cuando
mi cerebro reptiliano toma las
riendas
en aras de mi supervivencia y, antes de darme cuenta, ya estoy
debajo de la sombra de aquel minúsculo tejadillo. Y aún no había
pasado ni un nanosegundo cuando el policía , muy enfadado, me
increpa diciéndome que estoy es Nicaragua y que no puedo estar ahí
porque aún no me han sellado el pasaporte. Sin mediar palabra,
retrocedo tres pasos y vuelvo otra vez a Costa Rica y ,de nuevo,
observo a nuestro compañero, el hombre que aún sigue sentado en el
suelo y que cuando habla no se le entiende, y pienso que
,quizás, sea alguien que como a nosotros también le dijeron «Tú,
espera ahí» y ahí se quedó, esperando…

Desde
nuestra ubicación observamos al policía ,con nuestros pasaportes en
la mano, hurgándose la nariz de manera compulsiva , al tiempo que
continúa dejando pasar a todas y cada una de las personas que
transitan por aquella interminable y monitoreada fila… A todas,
excepto a nosotros, que nos han dejado, allí, abandonados, en aquel
inhóspito lugar a más de 45° al sol y con una humedad del 85%. Lo
que viene a ser una putada. Y mientras el calor se ceba con
nosotros, el tiempo, se va ralentizando volviéndose más tedioso a
cada minuto que pasa. hasta que ,de repente, un inesperado y
chirriante sonido procedente de uno de los ventanucos de la
pequeña garita azul que separa Costa Rica de Nicaragua, llama
nuestra atención.

Todo
apunta a que alguien, desde dentro, está intentando abrir la ventana
sin demasiada suerte. Y después de varios golpes, una de las hojas
se abre y vemos asomarse a mujer joven con uniforme de policía, que
saca algo de su bolsillo y que con un ligero y magistral movimiento
de muñeca se pinta los labios. Mi memoria fotográfica captura
aquella imagen que ,como un soplo de aire fresco, consigue atemperar
nuestra sofocante situación. Y mientras la observo, ella me mira y
,yo, como si estuviera jugando a «Adivina la película» le
hago el gesto de «beber» y luego el de «mucho calor»
. Ella, cierra la ventana y desaparece. Al instante, la veo salir con
una pequeña botella de agua dirigiéndose hacia nosotros. Y
después agradecerle el detalle la bombardeamos a preguntas:
«Que por qué nos retienen allí»…»Qué por
qué se han quedado con nuestros pasaportes»… «Qué sí
esto es normal»… » «Qué si sabe cuanto tiempo vamos
a estar allí»… «Qué sí podemos ir a comprar agua»…
Pero, ella, solo nos responde a la última : «Ustedes,
ahorita, se me quedan acá… Y , luego pues, ya veré si puedo
traerles un chin más de agua» ,después, nos hizo un gesto con
la boca, algo así como «Esto es lo que hay, yo ya no
puedo hacer más» y se marchó.

Nos bebimos el agua como dos posesos aunque ,antes, le ofrecimos un trago
al señor que aún seguía sentado en el suelo, pero declinó
nuestra invitación con una especie de sonido ininteligible…
¿Cuánto tiempo llevaba ese hombre allí?… ¿Habría mutado y ya
no necesitaba beber?.. ¿Nos pasaría también a nosotros?…
Teniendo en cuenta que ,los humanos, somos una especie que hemos
sobrevivido gracias a nuestra capacidad de adaptación, todo era
posible.

En
menos de una hora nuestro mundo había dado un giro inesperado y ese
agua que, antes, hubiéramos despreciado por estar demasiado
caliente, ahora, era un tesoro de un valor incalculable. Las reglas
del juego habían cambiado, nuestros derechos se habían derretido
bajo el tórrido sol y estábamos a merced de aquellas personas y de
sus decisiones. El tiempo se había ralentizado, pero nosotros
seguíamos con la misma necesidad de inmediatez, esa con la que nos
hemos acostumbrado a vivir y que nos llevamos a todas partes…Y,
entonces, piensas: ¡Vale! Hay que centrarse y cambiar el chip porque
,ahora, nuestro principal propósito ya no era entrar en Nicaragua,
sino salir de allí. Y es que empezábamos a sospechar que aquella
situación podía ser susceptible de empeorar…

Las
horas pasaban y nosotros seguíamos , allí, sin novedades
…Por suerte, aún nos quedaba medio bocata de tortilla y dos
manzanas. Sentados en el suelo y cada vez a menos distancia de
nuestro compañero de fatigas, le ofrecimos una de nuestras
manzanas y ,está vez, nos respondió con una especie de aullido y
,entre aullido y aullido, iba sacando billetes de sus
bolsillos… Colones, dólares, córdobas y también vimos euros.
Aquella situación nos desconcertó y también nos acojonó… Aunque
, poco a poco, se fue calmando y todo volvió a la normalidad… Es
curioso el concepto de «normalidad»… Con el paso de las
horas nos fuimos acostumbrando a la presencia de aquel extraño
personaje y él también a la nuestra , por lo que la
desconfianza y la incertidumbre que provocan el desconocimiento del
otro se fueron disipando.

Primero
nos comimos las manzanas por eso de hidratar nuestros paladares y
evitar que el bocadillo de tortilla de patatas se convirtiera en puro
hormigón dentro de nuestras bocas, aun así costó lo suyo tragarlo.
Después de comer y con la mente algo más despejada, decidimos
reclamar nuestros pasaportes y fuimos a buscar al señor policía
para comunicarle nuestra decisión. Pero…¡Ya no estaba! ¡Ni él,
ni nuestros pasaportes!. ¡Habían desaparecido! Muy indignados
volvimos a cruzar la frontera a Nicaragua y , desde fuera, miramos
por la ventana de la garita azul, por donde habíamos visto asomarse
a la mujer policía, pero con lo único que nos encontramos fue con
otro dedo índice acompañado de una voz que nos invitaba , no muy
amablemente, a volver a nuestro sitio. Y como ya solo nos quedaba el
derecho al pataleo, comenzamos a quejarnos, por el secuestro de
nuestros pasaportes y por el trato que estábamos recibiendo, …
Esto, en España o algún otro país europeo ,tal vez, hubiera
funcionado pero allí, no funcionó y, de nuevo, nos vimos obligados
a volver a tierra de nadie. Y nuestras peores sospechas se
cumplieron, la situación acababa de empeorar porque ,ahora, al no
tener nuestros pasaportes, tampoco podíamos movernos de allí.
Aquel, hubiera sido el momento perfecto para poner en práctica todos
nuestros conocimientos sobre técnicas de relajación, las leídas,
las aprendidas o las que nos habían contado, pero ninguna
técnica ,por muy efectiva que fuera, iba a sacarnos de aquel estado
, de de indignación, frustración y preocupación, tan fácilmente.

De nuevo, salió la chica con otra
botella de agua ,aún más caliente que la anterior, y nos
contó que el policía, el que tenía nuestros pasaportes, había
tenido que marcharse precipitadamente…Y el motivo era que habían
detenido a un grupo de inmigrantes intentando cruzar , ilegalmente,
desde Nicaragua a Costa Rica por uno de esos caminos clandestinos que
atraviesan la selva y que ellos llaman «Puntos ciegos» .
También nos comentó que por esto podrían caerles hasta 6 años de
cárcel …Entonces volví a pensar en la teoría de la relatividad y
en nuestra suerte por no ser uno de ellos y ,como en «El Show de
Truman», de repente, descubres los decorados y también te
descubres a ti mismo haciendo turismo en lugares donde los verdes en
realidad son grises oscuros.

Ya
empezaba a caer el sol cuando millones de mosquitos tamaño XL
comenzaron a atacarnos ,indiscriminadamente, y ante la
posibilidad de que algunas de esas picaduras pudieran llevar premio
(Véase dengue), decidimos acordonar el perímetro y ponernos
protección «Forte plus» por todo nuestro cuerpo, pero como
aún nos quedaba restos de filtro solar, es lo que tiene el alto
índice de protección, terminamos poniéndonos una encima de la
otra, por lo que nuestros niveles de protección pasaron a ser Ultra
Mega Plus…¡Plus!

Aprovechando
la ausencia del secuestrador de pasaportes y que la chica hizo la
vista gorda, pudimos ir a comprar algunas provisiones. Aquella
mujer policía era lo mas parecido a una aliada, o al menos eso
queríamos creer. Nos informaron que a las 11:59 p.m cerraban las
fronteras, por lo que viendo el panorama, decidimos ser previsores y
montar el chiringuito antes de que oscureciera, por si nos tocaba
pasar la noche ,allí, al lado de nuestro vecino que ,por cierto,
seguía en su línea, a ratos gruñía y a ratos reía
…Sacamos de la maleta todo lo que consideramos susceptible de ser
utilizado y/o modificado para afrontar el siguiente nivel.
Y las mochilas se convirtieron en almohadas , nuestras ropas en
esterillas y nuestros chubasqueros en sacos de dormir… Tumbados,
mirando al cielo, pudimos ver las estrellas…

La
noche fue larga, densa y calurosa además de muy lluviosa por lo que
a penas sí pudimos dormir… Ah! y también ruidosa, por los
ronquidos de nuestro compañero, que podían oírse a kms. Los
minutos fueron pasando unos detrás de otros y ,lentamente, fueron
convirtiéndose en horas…Aún no había amanecido cuando
comprobé que nuestro vecino, el roncador, había desaparecido y que
el señor policía 2 ya estaba allí, en su puesto. Nos acercamos y
le preguntamos por su compañero pero nos dijo que aún no sabían
nada de él, así que volvimos a nuestra ya vivienda habitual . Al
cabo de un rato vimos aparecer, a lo lejos, un destartalado y
humeante Border Patrol del que se apeó nuestro esperado antagonista.
Y ,sin dudarlo, nos acercamos a él para preguntarle por nuestra
situación y sí, finalmente, habían decidido dejarnos entrar en su
país.

A
estas alturas y después de todo lo que habíamos esperado, nos
pareció oportuno volver a intentarlo y nos desayunamos el
orgullo y la dignidad . Él nos miró y ,con la misma actitud del día
anterior, nos respondió que aún estaba esperando la llamada que lo
autorizara…Y ,después de un breve pero intenso silencio, muy
educadamente. le pedimos que nos devolviera nuestros pasaportes
pero ,con los nervios y con la caraja que da el no dormir, comenzamos
a largar frases expresando nuestra frustración pero ,a penas, sí
llegaban a ser inteligibles. El policía nos miraba sin inmutarse,
como si estuviera delante de dos putos locos. Seguro que después
sacó su cuadernillo y apuntó ,en su lista de guiris desquiciados, a
dos más.

Ya
amanecía cuando, cansados, frustrados, deshidratados, hambrientos y
apesadumbrados volvíamos, de nuevo, a Costa Rica…Y mientras
caminábamos, arrastrando nuestra maleta y nuestra pesada bolsa,
íbamos dándole un repaso a todo lo ocurrido, haciéndonos preguntas
sin respuestas. Y ,de repente, rompimos a reír. Llámalo estrés,
llámalo tomar distancia o llámalo no dormir. ¡Qué más da!…
Entre chistes y bromas fuimos desmontando todo aquel desagradable
suceso, convirtiéndolo en una anécdota más de nuestras vidas… En
la primera Soda que vimos abierta nos metimos a desayunar y mientras
el amanecer despertaba a los pájaros, un mono aullador nos
observaba, atentamente encaramado a la rama de un árbol. ..¡Humanos!

URL de esta publicación:

OPINIONES Y COMENTARIOS