Aparcó su coche frente a la entrada de servicio, caminó unos pasos y se detuvo junto a la única farola que arrojaba algo de luz en aquel oscuro y solitario polígono industrial. Aún no se había acostumbrado a madrugar, pero cada día le gustaba más hacerlo. Abrió el bolso y rebuscó entre sus cosas hasta encontrar un manojo de llaves. Sabía que aquella puerta tenía truco y que el tiempo empleado en abrirla dependería de sí hacía frío o calor o de sí había llovido o no. Media vuelta a la derecha, un cuarto de vuelta a la izquierda, otro pequeño giro a la derecha y, por último, un suave empujón.

—¡Joo-der! a ver si la arreglan de una puta vez —murmuró mientras retrocedía unos pasos, los justos, para tomar impulso.

Pero ,antes de estampar su cuerpo contra el frío metal, la puerta se abrió , sin más, como si ella misma hubiera decidido cómo y cuándo.

¿ Hola? …Eyyy… ¿Hay alguien? —preguntó mientras entraba y la cerraba tras de sí —Aquí no hay ni el Tato —añadió.

Caminó por un largo y oscuro pasillo ,que se iba iluminando a su paso, hasta llegar a una pequeña habitación con taquillas, una de ellas, la última, tenía las puertas medio abiertas dejando entrever una bata de color blanca que colgaba de una percha de madera y, abajo, a la derecha, una gran bolsa de plástico transparente, con gorros de plástico y guantes de látex. Descolgó la bata y en la misma percha colgó su abrigo. Lentamente fue abrochando los botones, uno a uno, de abajo arriba dejando ,como siempre, el último sin abrochar , luego, inclinó el cuerpo hasta encontrar su rostro reflejado en el diminuto espejo que colgaba de la puerta. Con las yemas de los dedos peinó su pelo y con un ligero movimiento de muñeca se hizo un moño. Se encajó el gorro de plástico y metió varios pares de guantes y un par de mascarillas en sus bolsillos; agarró su viejo maletín y salió al pasillo que, de nuevo, se iluminaba a su paso. Al llegar a la sala grande, la luz se tornó más blanca, más fría y más aséptica.

—Allí está  —masculló mientras encaminaba sus pasos.

Se detuvo, tomó aire y, con la misma curiosidad que lo hacía cada día, levantó la sábana blanca dejando al descubierto un cuerpo desnudo e inerte de un tono gris violáceo. Lo observó durante unos segundos. Siempre lo hacía. Era inevitable no hacerlo y también era inevitable no hacerse preguntas: ¿Qué edad tendría?, ¿Cómo habría muerto? … Porque ,para ella, no era lo mismo maquillar y preparar un cuerpo cuya edad le permitía justificar su muerte frente a otros que aún no habían vivido lo suficiente para estar allí. En una ocasión, supo adivinar por el tamaño y por la forma que dibujaba la sábana, que aquel era cuerpo el de un niño, y se estremeció antes de verlo. La semana pasada, sin ir más lejos, le tocó preparar a una chica ,con no más de veinte años, que parecía estar sumida en un profundo y plácido sueño. Y mientras la observaba, fue como sí lo real y lo imaginario se hubieran confabulado para desafiar a la muerte, impidiéndole manifestarse en aquel joven y hermoso cuerpo que aún parecía estar rebosante de vida. La imaginó sonriendo, la imaginó feliz y luego la maquilló.

Hoy, el cuerpo, era el de una mujer de unos 50 años que por su aspecto no parecía haber fallecido de muerte natural, las heridas y moretones de su rostro y de su cuerpo así lo revelaban. Abrió su maletín desplegando sobre la mesa todo su arsenal: Pinzas, agujas, tijeras, bisturí, ganchos, látex, ceras, pegamento y una extensa paleta de colores, del blanco al rojo, de la palidez al rubor. El secreto estaba en los detalles y, ella, era experta en ocultar los vestigios de la muerte y en fingir emociones donde ya no las había. De repente, la banda sonora de la película «Misión imposible»; irrumpió en la sala y, aunque supo que la llamada era de su hermana, no respondió. No tenía tiempo para charlas. En menos de dos horas comenzarían a llegar los familiares y aún quedaba mucho trabajo por hacer. Esperó a que dejara de sonar y, suavemente, desbloqueó la pantalla, entró en su wasap e hizo clic sobre el enlace que un tal Paco Tana le había enviado y, al instante, una cascada de fotografías comenzaron a desfilar a gran velocidad delante de sus ojos, imágenes de personas de todas las edades, chicos y chicas jóvenes, mujeres y hombres adultos, ancianas y ancianos, niñas y niños. Y todas ellas tenían algo en común: Sonreían y parecían estar felices. Tocó una para ampliarla, luego, acercó el móvil al rostro inerte y desfigurado de la mujer y un leve suspiro escapó de sus labios.

—Esto no va a ser nada fácil —murmuró mientras dejaba el móvil sobre la mesa y se enfundaba los guantes.

Una sucesión de sonidos metalizados, acompasados por su propia respiración, fueron apropiándose del silencio de aquella sala. Y pensó en su hermana y en el día que eligió aquella melodía para identificar sus llamadas. Recordó que fue justo después de una discusión. Discutían mucho, por casi todo. Y aunque aquella relación se había convertido en una especie de “Misión imposible”, ambas, seguían intentándolo. De repente, un ruido extraño fulminó sus pensamientos, asustada, levantó la cabeza y miró a su alrededor. Aún era pronto para que pudieran ser los familiares y dudó sobre sí había o no cerrado la puerta. Salió de la sala y atravesó el largo pasillo hasta llegar a la entrada, pero no vio a nadie, por lo que decidió volver y continuar con su trabajo. Al cabo de unos segundos, le pareció oír otro ruido pero, está vez, era diferente, se parecía más al de unos pasos e imaginó a alguien caminando hacia la sala, muy nerviosa, contuvo la respiración y agudizó el oído para poder percibir mejor aquellos inesperados sonidos. Pensó en los chicos del ataúd, pero no había oído llegar el coche. Con la respiración contenida, clavó la mirada en la puerta y esperó a que, en cualquier momento, apareciera la figura de una persona.

—¿Mamaaaa?….¿Otra vez tú? ¿Pero qué haces aquí?…¡No me lo puedo creer! —exclamó mientras movía la cabeza de un lado a otro.

— ¡Ay hija! Es que no sabía a dónde ir… He salido de casa como una loca …¡Tu padre, que está cada día peor! Otra vez he tenido que esconderme en el baño. Se ha puesto a gritar y a dar patadas a las puertas!… ¡Y un día de estos va a pasar algo, lo sé!

—Mamá, papá está enfermo y no controla lo que hace. Deberías de ser más paciente y comprensiva con él.

—¿Paciente?…¿Comprensiva?…¡Aterrada es lo que estoy!. ¡Ya no sé quién es!, ¡Tu padre es un extraño para mí! —respondió muy alterada.

—Mamá, escúchame, aquí no puedes estar, estoy trabajando y voy muy mal de tiempo. Ve a tomarte un café… Ahí al lado hay una cafetería. —exclamó mientras cogía su móvil y miraba la hora. —Abren en unos minutos —añadió.

—¡Ay Hija! ¡Para cafés estoy yo!, si vieras los nervios que tengo metidos en el cuerpo..! Yo me separo de tu padre, vamos qué sí me separo! —exclamó al tiempo que comenzaba a sollozar… ¡No te molesto, de verdad, hija…! Me quedo aquí sentada mientras tú terminas de arreglar a esta mujer… Ay Ay, ¡Madre mía! ¡Qué cosa da verla!!.. Y vaya como tiene la cara…¡Y el cuerpo!. A esta pobre le han pegado, lo sé porque a la vecina que teníamos, puerta con puerta, el marido le pegaba y le dejaba así la cara. Nunca lo denunció. ¡Pobrecilla! No sé qué habrá sido de ella… —exclamó mientras se acercaba para observarla mejor.
— Así… Así voy a terminar yo uno de estos día , ya lo verás! —se lamentó.

—!Mamá, por favor, no digas barbaridades!

—Tú sigue, sigue… Que yo me siento aquí y no te molesto. Ahora, una cosa sí te digo, que como yo termine como esta pobre mujer, ¡A mí no me maquilles!. ¿Te enteras? ¡No se te ocurra maquillarme!. ¡Prométemelo!

— Qué sí, que no te maquillo. ¡Qué pesada! —exclamó mientras inclinaba la cabeza para continuar con su trabajo.

Segundos después la banda sonora de misión imposible volvió a sonar y al levantar la mirada comprobó que su madre ya no estaba allí.

—¡Mamá!. Mamá! —Gritó en voz alta mientras la buscaba , con la mirada, por toda la sala.

El móvil continuaba sonando… Tocó la pantalla con el codo y pulsó la opción manos libres.

—Oye, ¿Qué haces? —Se escuchó al otro lado.

—Aquí, intentando terminar mi trabajo —respondió mientras le presionaba con fuerza la barbilla de la mujer hasta conseguir cerrarle la boca…¡Crack!

—¡Ay por dios!. ¿Qué ha sido eso?… ¡Se me ponen los vellos de punta!.. De verdad que no sé cómo tienes estómago…

—Dime, ¿Qué querías? —le preguntó mientras le extendía, sobre los labios, una transparente y pegajosa cola —Hoy no dispongo de mucho tiempo, en menos de dos horas comenzarán a llegar los familiares —añadió mientras le sellaba ,con fuerza, la boca.

—Nada, nada, te dejo entonces… Solo quería saber cómo estabas…¿Sabes?… Sigo soñando con mamá y no puedo dejar de darle vueltas… A lo mejor podíamos haberlo evitado —Se lamentó.

Durante unos segundos, ambas mujeres, quedaron en silencio.

—Hoy la he vuelto a ver —aseveró mientras terminaba de quitar los restos de pegamento de sus manos.

—¡Otra vez! —exclamó su hermana —¡Mira que te lo advirtió!… ¡Qué no la maquillaras!.

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