Una llamada, un mensaje a cualquier hora del día; no hubiese hecho falta nada más.
Pero esa llamada o ese mensaje no iba a cambiar el mundo ni a frenarlo en seco.
Hoy, el conduce por la carretera a toda velocidad, sin mirar por el espejo retrovisor, con una mano pegada al volante y la otra pendiente del freno de mano.
Tiene miedo a morir si descuelga el teléfono en marcha, pero jamás le tuvo miedo a la velocidad…
Entró en aquella curva, triplicando la velocidad permitida; atravesó el quitamiedos, tres vueltas de campana, salió ileso fisicamente pero su corazón acabó roto en mil pedazos por no haber recibido la llamada y haber frenado a tiempo…
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