Salgo a caminar bajo enjambre de árboles

donde los tiranos que se mecen en las ramas

y fragmentan la claridad del sol

no son justamente mis declinaciones. Rememoro

las mariposas de los encuentros, el sonido

de los eternos hasta pronto,

que no han logrado rescindir la pereza a la acción del regreso.

Estos niños entran y salen con sus maromas.

No es recomendable detenerse.

El rocío ahora es una lágrima caliente. El humo

del que suelda equipos abre una brecha en el aire.

No respiro, sí respiro, camino.

Miro mis pies cuando en aquel portal las jaulas de los pájaros

les limitan el vuelo. La impaciencia me araña el sabor

de los juicios contra lo que opinaba.

Falta un gran trecho que pretendo costear con las monedas

de imágenes que ofuscan a las encantadoras sibilas

descubiertas por la tea. Dice el infortunado

que el poema lo habita y pretende construir con material de sueños

los escondrijos donde sus diosas huyen de la locura y el amor.

Acaso está cerca el final del designio

y no sé lo que logro cuando avanzo porque aún estoy allí

sin oír advertencias, consintiendo

que se borren las calles y los techos y los ojos

que buscaba en aquella arteria de no sé qué verano,

de no sé qué lugar ni qué mes, ni si en medio de tristeza o alegría,

o si fue lo que es: una sensación de cansancio adquirido

en el desplazamiento.

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