Con la adolescencia llegaron 

la necesidad de escribir y

las noches de insomnio,

los primeros poemas de madrugada

como un grito ahogado

a la soledad de la luna llena.

Los primeros poemas rotos,

que fueron muchos durante años

por el miedo y la vergüenza de

mostrar al mundo la desnudez de un corazón roto

y de unos ojos empañados.

Escribía poemas y los rompía

para no exponer mis debilidades, 

solo mi soledad me hacía libre

para llorar mis duquelas a mares,

«no vales para nada»,

«te tenías que morir de hambre»,

«eres una mierda», «eres un inútil»,

se grabaron a fuego en mi mente 

las palabras más amables que cada día

me dedicaba mi padre.

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