Aquellas lejanas noches de verano

cuando el sol cejaba en su sofocante abrazo, 

una suave brisa acaronaba mi piel

y mi abuelo regaba las macetas del patio

donde un jazmín impregnaba el aire con su fragancia 

mezclada con los rosales.

Mi abuela y mi madre 

ponían la mesa del patio

y cenábamos al fresco,

sin televisión, sin radio,

pero con las historias que narraban mis abuelos 

sobre el pueblo, 

la guerra, 

sobre una vida muy dura, 

la suya,

tan ardua y tan misteriosa

que me dejaban envelesado.

Aquellas noches de aquellos veranos

se fueron con sus semanas, 

sus meses y mis años,

evocándolos en cada momento,

en cada jazmín que huelo,

en cada leyenda de mis libros,

en cada brisa de verano.

Al recordar a mis abuelos

por supuesto, 

rememoro aquellas mágicas noches de verano.

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