Entre la noche la sentí varias veces. Se movió, me abrazó, me dio un beso en algún momento. Calculé la cantidad de condones que tenían que ser y me falta uno. Cuando nos despertamos durante la noche, no lo usamos. Una más a lista de preocupaciones que tengo en este momento.
No la conozco bien, pero es ya la tercera vez que hago algo tan irresponsable con alguien que no conozco bien. Desde que Dimitra se fue, el extraño episodio de Amélie y la soledad traída por Charlotte no soy el mismo. Aunque no es culpa de ellas, es culpa mía, yo soy el artífice de todas mis penurias.
Siento su cuerpo esbelto, no es tan alta y tiene los músculos pronunciados de bailarina profesional. La piel color dulce de leche, los ojos cafés, el cuerpo en las dimensiones cuasi-perfectas. Me siento como Leonard Cohen en Chelsea Hotel #2.
A veces me habla en francés y a veces en inglés. Fuma más que yo, entonces yo también termino fumando mucho. Le gusta el vodka, entonces nuestras noches terminan siendo extraños estallidos de alcohol. Tiene un piercing en la nariz, que curiosamente se le ve muy bien. Yo tiendo a ser muy conservador y pienso en todo el futuro que quiero con cierta vida conyugal.
Me habla de cosas tan interesantes; sus teorías de cómo le asignamos género a las máquinas en ciertos idiomas a pesar de que no tienen, de poesía árabe, de danza y de artes performativos. Me habla de su adolescencia entre fiestas, alcohol y cigarrillos. De sus proyectos, de lo que quiere en el futuro. Yo solo logro opinar un poco basado en esta mezcla entre lo poco que entiendo de la filosofía de la mente, el platonismo, David Chalmers, Kurt Gödel y mi formación tan ingenieril.
Antes de tenerla aquí me despertaba deseándola. Buscándola entre las sábanas aunque no la había sentido. Lo mismo había sentido con Charlotte. Lo mismo creo que con Amélie. No me acuerdo con Dimitra pero con ella las cosas siempre fueron diferentes. Podría escribir toda mi vida acerca de los dos años con Dimitra.
No logro conciliar el sueño, entonces irrumpo en el juego de abrazarse y buscar en las sábanas. Todo huele a tabaco. Llevaba tanto tiempo sin fumar hasta que llegó mi defensa doctoral, los nuevos inicios, el estrés y volver a dejar la patria. Me cuestiono como de costumbre por qué fallo en las relaciones. Evidentemente una parte de todo es mi culpa, probablemente la mayoría.
Pienso en cómo cuando conozca a alguien con quien quiera estar. No quiero repetir lo que sucedió con Dimitra. No quiero de nuevo tener un apartamento y un corazón vacío. No quiero tirar a la basura, por decisión completamente mía, sueños de una vida conyugal tradicional a la basura. No quiero de nuevo sentirme seducido por alguien como Amélie, que terminamos vaciándonos el corazón y odiándonos.
Recuerdo cuando vi a Charlotte hace 3 meses. No me habló. Recuerdo ver las fotos de Dimitra comprando su nuevo apartamento. Ya empiezan esta cantidad de pensamientos acerca de todo lo malo que he hecho y todo lo malo que soy. No hay terapia que me haga dejar de pensar que soy yo el malo, que no es mi actuar cuestionable. Aún no aprendo a perdonarme a mí mismo. Tampoco es una justificación, es solamente una realidad.
El sol está empezando a entrar por la ventana que se me olvidó cerrar. Afortunadamente me quedé dormido por un rato. Desafortunadamente, la resaca. Me despierto y veo una botella de 1664 al lado de la cama. Aya no está. No creo que se haya ido todavía, pues su presencia todavía se siente.
Me muevo y la veo fumando en el balcón. Desde el celular enciendo el parlante, todo en esta casa está conectado. Inmediatamente escucho.
–”Todavía quedan restos de humedad
sus olores llenan ya mi soledad
en la cama, su silueta
se dibuja cuan promesa
de llenar el breve espacio en que no está”
–Ne te casse pas, reste.– Sale directo de mi boca
–T’es mignon quand t’as plus envie de moi.–
–J’ai jamais suffisant de toi.–
No se ve preocupada, pero creo que no ha contado la cantidad de condones. Ella es todo lo contrario a mí. Un alma libre. Me meto al baño y me lavo un poco. Me genera extrañeza sentirme sucio.
Lo cual es curioso porque jamás hubiese esperado compartir cama con una mujer del Norte de África. Porque jamás esperé que la monumental mujer que me hace olvidar mis deseos de cambiar y tener un futuro tradicional fuera de esa parte del mundo. Yo sé que ella no me quiere, y ella sabe que yo no la quiero. Pero eso es lo que pasa con las almas libres, toman decisiones que en ocasiones parecen erráticas para los que no lo somos.
No sé qué decir. No sé qué hacer. Como de costumbre, lo único que hago es poner el coffee-maker. Me imagino a mi madre, preocupada por su conservadurismo porque hay una mujer en mi apartamento. Me imagino a mi padre celebrando con cierto machismo mi larga lista de mujeres con las que me he acostado. Aunque suene a orgullo, no estoy orgulloso. Pensar en todas ellas me hace sentir distante y ajeno a quién de verdad soy, o quería ser.
–T’as envie de manger? Je peux faire des œufs.– Le pregunto
–Oui, ça me va, pequeñito.–
Pequeñito. De repente la imagino en el panorama tropical. En su traje de baño, con palmeras y el atardecer rojo al fondo. Recuerdo cuando hicimos match en Bumble. Se veía espectacular y yo no lo podía creer. Constantemente caigo en el patrón de verme al espejo y no encontrarme atractivo. Tengo pelo desacomodado, la cara asimétrica y no me gusta ir al barbero a cortarme el pelo. Tengo facciones étnicamente ambiguas porque heredé un poco de todos lados.
–”Todavía no pregunté, ‘¿te quedarás?’
temo mucho la respuesta de un jamás” – Suena al fondo
La experiencia parece un tanto onírica. Tiene el empalme de una escena urbana de los años setenta. Pero con vestimentas más postmodernas. El olor a cigarrillo, el apartamento, la nostalgia usual, el amarillo de las fotos y los dos migrantes. Afuera la primavera hace lo suyo invitándonos a salir con abrigos puestos.
Dirijo mi mirada a afuera. Veo la montaña. Al otro lado el lago se ve al fondo y veo pequeños barquitos navegando. Pero la montaña es diferente, es nevada, no como en mi amada Centroamérica que es verde y frondosa. En 4 meses voy a cumplir treinta años. Mi hermana se está comprometiendo con su novio y van a comprar una casa juntos. Ella compró un Suzuki Grand Vitara.
Sirvo dos tazas de café. Veo a Aya mirando al infinito. Le llevo su taza de café y la abrazo. Pone el café en la mesa, me da un beso y me muerde el labio inferior. Han pasado canciones en el playlist. Mi cabeza perdió la noción del tiempo por unos minutos. Antes de volver a la cocina la vuelvo abrazar por detrás y darle un beso en los cachetes. Sus manos se hunden en mi pelo crespo y más largo de lo que debería estar.
Me conmueve y me hace desearla más verla así, en cuasi-pijamas, descalza. Me dan ganas de morderla, sudar juntos, pasarnos las manos por todos lados. Me dan ganas de ser uno solo. Vuelvo a la cocina, y ella me sigue y se abalanza sobre mí. La llevo en mis brazos hasta mi cuarto.
–Y era toda poesía, nena hermosa, clandestina
se dormía todo el día y soñaba en Argentina…–
–Tell me you are mine, only mine.–
–I am yours, and I will make sure you’re only mine.–
Sentí como me mordió, sentí sus manos por mi cara, la sentí toda. Nos quedamos dormidos después. De nuevo se nos olvidó donde estaba la caja de Durex. Cuando despertamos, han sonado demasiadas canciones en el fondo.
–”Y otra vez en la secuencia
de los pétalos que caen
se descubren los misterios del azar.
Y las manos
que se encuentran en la flor
la bestial naturaleza del amor.
Tus regalos deberían de llegar
Si todo se termina,
todo vuelve a empezar…”
OPINIONES Y COMENTARIOS