Y toda la vida lo seguiré diciendo:
donde se pone mi madre, no te pones tú,
y donde se pone la otra, para ti no soy yo…
Así como tú eliges siempre a mi hermana,
yo aprendí a dejar de esperarte.
No te culpo, pero tampoco me miento.
Hay gestos que gritan, aunque no se digan,
y silencios que duelen más que mil palabras.
No dejo de ser tu hija, pero dejé de buscar un lugar
donde ya entendí que no encajo.
Porque el amor no debería sentirse como una competencia,
y yo no nací para quedarme esperando a que me veas.
Siempre he sido la oveja negra,
el círculo de los triángulos,
la nota que desentonaba en tu melodía perfecta.
No por elección, sino por cómo me miras,
por cómo me hacías sentir: menos, lejos, distinta.
Y me cansé de intentar ser lo que tú querías ver,
de buscar aprobación donde solo había comparación.
Porque amar no es competir,
y ser hija no debería doler.
Hoy lo entiendo: no necesito encajar en tu molde,
ni forzar lazos que tú mismo aflojaste.
No dejo de tener tu sangre,
pero aprendí a vivir sin tu mirada.
A veces me maldigo por haber nacido en esta familia
que no me mira, que no me escucha,
que me señala por ser diferente
cuando solo he sido yo misma.
Y no hablo de mi madre —ella ha sido abrigo,
refugio en medio del frío,
la única que no me soltó cuando todos lo hicieron.
Pero del resto, aprendí a callar,
a aguantar, a fingir paz donde no la había.
Una familia donde el cariño es selectivo,
y el amor se gana como si fuera competencia.
Y aunque a veces me pesa hasta el apellido,
también me prometí no repetir lo que viví.
Porque lo que no me dieron, me lo daré.
Y lo que me faltó, no me va a romper.
Lo tengo asimilado… o eso creo.
O tal vez lo asimilaré con el paso del tiempo,
cuando duela un poco menos,
cuando ya no me pregunte tanto el por qué
en esas recaídas emocionales tan dolorosas que se vuelven al instante.
Porque algunas verdades no se superan,
solo se aprenden a llevar.
Y aunque no elegí esta historia,
sí puedo elegir cómo sigo escribiéndola.
Porque siempre seré tu segunda opción,
y aun así, aquí estoy,
con la frente en alto y el corazón abierto,
sin pedir disculpas por querer ser vista,
por querer un lugar que parece no ser para mí.
Y no te culpo,
ella siempre a destacado más que yo en todos los aspectos,
aunque no necesito que me elijas primero,
solo que no me ignores como si no importara.
Porque aunque duela, sigo aquí,
aprendiendo a quererme más que a esperar.
Y cuando intento decírtelo, porque ya la rabia y el dolor me pueden,
ahí sí te das cuenta…
y buscas convencerme de que no es así,
con regalos, con cosas que no llenan el vacío tan grande
que poco a poco has ido causando.
Pero así no se sana, no con compras,
sino con detalles que hablen, con gestos que abracen,
con miradas que no se aparten.
Siempre me quedará tu dolor,
lloraré y te querré a pesar de todo
porque eres mi padre,
pero no sé si alguna vez podrás mirarme
con los mismos ojos con que miras a mi hermana.
Y yo… no sé si podré seguir intentando
llenar ese vacío que dejaste en mí.
OPINIONES Y COMENTARIOS