En el Silencio del Alba
Para Armando Palma, en memoria de su madre, Victoria Rodríguez.

José Eugdaldo Díaz Fernández.

Se ha dormido la madre bajo el manto del cielo,
y el viento lleva su nombre como un tibio consuelo.
Victoria, flor de vida, entre soles y días,
hoy el cielo la abraza… y el alma está vacía.

En la pulpería antigua quedó su voz guardada,
en las risas del pueblo, en cada madrugada.
Ayudó sin pedir, amó sin condiciones,
tejió luz en la vida de miles corazones.

Hoy llora la tierra, pero el cielo canta,
los ángeles la esperan, su alma se levanta.
Aunque el corazón de su hijo sangra en silencio,
ella vive en su pecho, como eterno sustento.

En el rocío del alba acaricia su frente,
en el sol que amanece la siente presente.
Aunque la ausencia duele como filo profundo,
una madre no muere… solo abraza el mundo.

La ves en la memoria, sentada en la cocina,
o en la brisa que pasa, suave y cristalina.
Y al cerrar los ojos, Armando Palma, puedes oír su canto:
“Estoy aquí contigo… y te amo tanto.”

Llora si es preciso, que el amor no se esconde,
pero deja que el recuerdo, como un río, te inunde.
Porque ella no se ha ido, solo ha cambiado de piel,
ahora es estrella, es árbol… es un lucero brillante.

Y cuando en la noche el dolor no se acabe,
acuéstate en su pecho como cuando eras bebe,
y siente en tu alma el latido callado…
de una madre que nunca te ha abandonado.

No se ha ido, solo caminó primero,

Para hacer en el cielo

Un catillo de oro y esperarles con anhelo,

Abrazarlos, besarles con amor sincero.

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