El hotel de las tres llaves
En San Clemente del Tuyú, a unas cuadras de la costanera, todavía se levanta una casona enorme de fachada descascarada, con balcones de hierro oxidado y ventanas tapiadas con maderas hinchadas. En los años sesenta fue el Hotel del Marqués, famoso por recibir a familias porteñas que buscaban aire puro y caminatas por la playa. Cerró en 1972, después de un incendio menor en la cocina y la misteriosa muerte de un huésped en la habitación 7.
Desde entonces, el edificio quedó abandonado… al menos en apariencia.
Varios vecinos aseguran que en temporada baja, al caer la tarde, el portón de hierro se abre solo. Y en el mostrador de recepción aparece una mujer delgada, con uniforme antiguo y moño apretado, que entrega una de las tres llaves que siempre tiene sobre el mármol. No importa cuántos huéspedes lleguen: solo entrega tres.
Cada llave lleva un número grabado en latón: 3, 7 y 12.
Los pocos que dicen haber pasado la noche allí cuentan lo mismo: las habitaciones parecen recién preparadas, con sábanas blancas, lámparas encendidas y un aroma tenue a lavanda. Sin embargo, mientras intentan dormir, escuchan puertas abrirse y cerrarse en los pasillos, pasos de botas húmedas subiendo escaleras y voces que hablan en un murmullo constante, como si el hotel estuviera lleno.
Al amanecer, todo cambia. La recepción aparece cubierta de polvo, las llaves ya no están, y los espejos de las habitaciones muestran algo inquietante: no reflejan al huésped, sino la figura de un desconocido, vestido con ropa de otra época.
El relato más conocido es el de un viajante de comercio, Rodolfo Pereyra, que en 1998 aseguró haber recibido la llave número 7. Pasó la noche escuchando risas en la habitación de al lado. Cuando golpeó la pared, las risas cesaron. A la mañana siguiente, al bajar, encontró en el libro de registro, escrito con tinta vieja, su propio nombre… fechado en 1971.
La leyenda dice que cada llave pertenece a un huésped que nunca salió del hotel. El que la recibe, está condenado a ocupar ese lugar en el libro para siempre.
Los vecinos lo resumen con un consejo claro:
—Si alguna vez pasás por San Clemente y ves el portón abierto, seguí de largo. Porque en el Hotel de las tres llaves, nadie decide la habitación que le toca.
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