—¡Hammam! (¡baño!)—pidió el prisionero.

Todos iban en fila india en paralelo a la tapia derruida. El prisionero caminaba delante con las manos atadas a la espalda. Le habían puesto el propio uniforme militar y le venía grande. No tendría más de quince años. Uno de los reclutas del pelotón se apartó con él hacia la tapia, lo desanudó y, poniéndolo de cara a ella, lo encañonó. Nunca se sabía. Cualquier movimiento podía activar el protocolo anti-Actividad Hostil. La semana pasada en otra incursión habían acribillado por error a un chico tras darle el alto cuando hizo el amago de atarse los zapatos y se había armado un importante revuelo entre los superiores. El pelotón esperaba. Noah desenganchó la cantimplora de su mochila y tomó un buche. El sol pegaba. Hacia las colinas, todo era desolado campo llano y pilas de escombros diseminadas. Milton, un tipo corpulento y con voz grave, dijo:

—Son buenos esos doobies (*) ¿eh, sargento?…

Eran buenos, sí: ni una casa, ni una mezquita, ni un hospital, ni un mercado, ni un muro en pie…

—…ni un túnel de esas putas ratas cobardes. Todavía estarán comiéndose la tierra de sus propias madrigueras derrumbadas.

Noah se recordó feliz en su época de instrucción. Aquello no era lo que le contaron. Luego, mirando al descampado, imaginó multitud de niños que irían con sus madres a los colegios; mercados trasegados por mujeres con velo; autos, bicicletas, carros y bestias de carga enfilando sobre las calzadas de tierra apisonada. Milton seguía:

—En Rafah, llevan mil doscientas tres ratas muertas ¡Mil doscientas tres! Y ni un sólo civil. Nuestros muchachos se emplean bien ¿eh, sargento? No es fácil.

Nadie dijo que lo fuera. Pero tampoco que no hubiera civiles entre los muertos. Noah, ni el sargento, ni ninguno decía nada.

Fue entonces cuando se oyó desgarrador: «¡Allahu Akbar! (¡Alá es grande!)» El grito prolongado arrastraba una traza de alivio. Todos voltearon las caras hacia la tapia. El recluta acompañante estaba en shock. Los dos brazos del prisionero escupían sangre a borbotones a través de sendas incisiones longitudinales. Se había hecho para su propósito con un hierro afilado de entre los escombros arrimados a la tapia. Pese al estupor y la confusión de todos, alguien pudo alcanzarlo antes de que se desmoronara.

¡Hijo de puuuuta! —soltó Milton enfurecido—. No te puedes fiar de estas ratas, ni a las buenas. A ver cómo cojones salimos de esta. Los mandos nos van a joder vivos, nos van a joder vivos…

—¡Cállase, Milton! ¡Cállase!—le gritó el sargento— ¿O quiere que solicite a base la continuidad del operativo y le ponga a usted a la cabeza del pelotón a ver si se los gasta como el muchacho?

Cuando Noah miró a los ojos aún vivos del joven palestino llevado entre dos, reconoció un inusitado brillo de puro triunfo; de un triunfo que la vida acomodada que le esperaba nunca le depararía.

David Galán Parro

25 de agosto de 2025

(*) «Osito de peluche»: Nombre con el que los soldados israelíes llaman a un tipo de excavadora civil militarizada usada como arma de demolición urbana.

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