Querido Marley,
no sé ni cómo empezar tu historia. No sé si hacerlo desde el amor inmenso que siempre te he tenido o desde este dolor desgarrador que me causa tu enfermedad, tu partida inminente. Pero quizás ambas cosas -el amor y el dolor– nacen del mismo sitio. Porque amarte ha sido, desde el principio, una certeza. Y ahora que sé que te vas, duele como si me arrancaran la mitad del alma.
Te conocí un día cualquiera, yendo al Carrefour. No recuerdo ni qué fui a comprar. Solo sé que, al pasar cerca de los servicios, te vi. Estabas en el escaparate de una tienda de animales.
Tan pequeñito. Tan rubio. No me lo pensé: sentí la necesidad de verte más de cerca, de cogerte en brazos, de mirarte.
Entré y pregunté si podía hacerlo. Cuando te tuve en mis manos supe, sin lugar a dudas, que serías para mí y yo para ti. Me contaron que venías de Málaga, que eras el más pequeñito de la camada y que, por eso, eras un poco posesivo con la comida. Tus hermanos no te dejaban acercarte, y tú aprendiste a sobrevivir peleando por cada bocado.
Me dijeron que tenías dos meses, pero siempre he pensado que eras más pequeño. Cabías en la palma de mi mano. Apenas pesabas kilo novecientos. Eras un suspiro con patas. Te guardaba en el bolsillo de la chaqueta como quien guarda un secreto precioso. Y así, en una cajita de cartón, te llevé a casa.
Tu nombre oficial era «Eros de la Axarquía». Fijate tú. Pero cuando te vi esa primera vez, tu carita me recordó al perro de la película Una pareja de tres. Aunque no eras ni de lejos de esa raza, supe al instante que tu nombre tenía que ser Marley. Y así fue.
Te quise desde el primer segundo en que te vi. Y hasta hoy, jamás he dejado de amarte ni un solo instante. Fuiste, eres y serás siempre el amor de mi vida.
Anoche me dio un ataque de pánico. Lloré a mares hasta que me quedé dormida. Llevo toda mi vida preocupándome por todo y por todos, cargando con dolores ajenos, tragándome los míos. Siempre he pensado que yo sola podía con todo, que no necesitaba ayuda. Pero la verdad es que sí necesito. Necesito cuidado, protección. Necesito poder decir «no estoy bien» sin sentirme culpable. Porque no lo estoy. Estoy atravesando un duelo anticipado, y mi cuerpo empieza a hablar por mí. Y sé-lo sé de verdad– que tú, Marley, no quieres esto. No quieres verme rota, desesperada, encerrada en el miedo. Quieres que te acompañe, sí, pero desde el amor y no desde la angustia. Desde la comprensión. Desde la serenidad. Me estás enseñando a soltar el control, a estar contigo sin intentar evitar lo inevitable. Y por el bien de los dos, voy a cambiar.
Hoy el dia está fresco y te he dejado salir. Ya no te mantienes bien en pie, pero intento no agobiarme. Solo quiero que puedas respirar aire puro y sentir paz. Que seas tú, hasta el final.
Que vivas con dignidad, como mereces.
No quiero seguir llorando como si esto fuera una tragedia. No quiero lamentarme más por mi»mala suerte», porque no es verdad. He tenido la suerte más grande del mundo: la de encontrarte. La de que me encontraras tú a mí. Hemos sido inmensamente felices.Y este dolor, por profundo que sea, no puede anular todo lo vivido. No lo pienso permitir.
Tengo que seguir entera. Por ti, sí. Pero también por mí. Porque el amor que tú me has dado -ese amor inmenso, incondicional, absoluto- me ha cambiado para siempre. Y porque si no te hubiera conocido, nunca habría sabido que un amor así existía.
Recuerdo ese momento de paz y serenidad, no hace mucho, en que corrías y ladrabas feliz como un loco. Te dejé hacerlo, aunque no fuera lo mejor para tu corazón. Porque estabas siendo tú. Porque eras feliz. Y eso valía más que cualquier tesoro. Ese momento fue amor compasivo en estado puro. Y quiero que quede guardado como testimonio de mi decisión de vivir el presente contigo, sin miedo, sin intentar detener lo inevitable.
He tenido días de auténtica desesperación. Días en los que sentía que me rompía en mil pedazos, en los que la ansiedad me apretaba el pecho y la tristeza me dejaba sin aire. Días en los que ni siquiera podía mirar hacia adelante. Pero en medio de todo eso, también ha ido naciendo una certeza: no estoy sola. Otras personas sienten este vacío, este mismo temblor por dentro.Y si yo me atrevo a hablarlo, quizás ellas también puedan empezar a sanar.
Porque nuestros niños, Marley…ellos no querrían vernos hundidas. Quieren vernos vivir. No desde el olvido, sino desde la memoria. Desde el amor que no desaparece, sino que cambia de forma. Desde la vida que aún nos queda y que tenemos que honrar también por ellos.
Gracias por elegirme. Gracias por enseñarme a amar de verdad.
Nuestros pequeños ángeles son alebrijes. Seres espirituales, guías llenos de colores brillantes y poderes mágicos. Aunque no los podamos ver, siempre estarán en nuestro corazón. Nos darán la fuerza para seguir nuestro camino y honrarlos como se merecen. No
desde el dolor y la rabia, sino desde el amor y la autocomprensión.
Este amor -este amor tan grande que muy pocas personas llegan a experimentar- es una bendición. No lo veamos como una maldición. No empañemos su memoria con tristeza y resentimiento. Porque ellos, nuestros alebrijes, merecen ser recordados con luz.
Siempre tuya,
Eva
OPINIONES Y COMENTARIOS