La mirada de aquella sombra la perseguía en sus sueños. Su primer acercamiento a la figura misteriosa remitía a un día tenue, sin sobresaltos. Sintió frío al recordar el temor de la inquietud, de aquella angustia pasajera. Los hombros del perseguidor eran anchos, robustos, imponiendo sobre su temple una autoridad incuestionable, siendo su figura un rastro tosco y ambiguo. La ilusión de dejar atrás toda imposición parecía lejana, ya que el sombrero guardaba los secretos de una infancia restringida y un anhelo de libertad. Todo hombre con sombrero resultaba llamativo, aunque aquel espía se guardaba para sí cierta privacidad exótica. Contó cuántas veces el contorno de la sombra había limitado su camino por la decisión. Cometió el peor error que podría asumir una persona confundida, huir de la sombra. Atravesó su miedo más veces de las que estaría orgullosa, sin lograr comprender la magia de la cautela. Dibujó a su espectador con diferentes colores, desde el rojo hasta el azul, negando el gris de la mirada pasiva y penetrante. El sombrero oriental no resultó un problema, sino una pista, para descifrar su oscuridad debió acudir a la mancha deforme de aquel tiempo donde los atuendos del pasado solo eran una consecuencia del tiempo. La máscara de disconformidad cuestionó sus decisiones, marcó su camino y tomó las riendas de su porvenir. Decidió esquivar la sombra, cuestionar su luz y avanzar a través del color y su espectro. Un día la sombra mostró su sonrisa con dientes delineados y gestos de compasión, su aparente compresión no sería suficiente para desligarse de ella y su aparente confesión: no toda sombra y no cualquier camino llevarían a un acuerdo de convivencia. Desató sus prejuicios, soltó sus ataduras a la luminosidad del futuro y se convirtió en una sombra más. El sombrero oriental no cabe en mentes pequeñas de reflexión, ella lo colocó sutilmente en su cabeza y aprendió a mirarse con los ojos de la quietud, el anhelo de la oportunidad y la tranquilidad del caos.
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