
Brotó la aurora sobre campos cansados,
donde el trigo y el rebaño
eran aún medida de riqueza.
El murmullo de aldeas
se transformó en campanas de ciudad,
y entre piedra y calzada renacida
el hombre halló un nuevo horizonte.
Viejos senderos romanos,
heridos por el tiempo,
se vistieron de nuevo con pasos
de mercaderes y peregrinos,
de estudiantes con sueños
y manos tendidas al porvenir.
Puentes de arco suave
se tendieron sobre ríos antiguos,
uniendo pueblos, lenguas y destinos.
De la tierra callada brotó la burguesía,
semilla que no quiso
solo cosechar el grano,
sino abrir los cofres del intercambio,
hacer del viaje
y de la palabra escrita
un nuevo hogar.
Mientras tanto, al oriente y al occidente,
coronas, medias lunas y tiaras
daban forma a la política del tiempo:
califatos, reinos y repúblicas pequeñas,
el mármol bizantino,
la voz de los pontífices,
el poder absoluto de monarcas
que, sin saberlo,
tejían la urdimbre
del Estado moderno.
Y en esa danza lenta de siglos,
la humanidad se desplazaba
como río paciente,
de la raíz rural
a la luz urbana,
construyendo con sus pasos
el dulce amanecer
de un mundo nuevo.
OPINIONES Y COMENTARIOS