Erótica 3

Erótica 3

SEEYOU

20/08/2025

El deseo solo llamaba los jueves…

No recuerdo la última vez que un hombre me hizo temblar…

No por frío, sino por deseo, por ansias, por todo aquello que hacía tiempo que no probaba. El divorcio fue un arma de doble filo y yo me quedé sumida en una gran depresión…

Hasta que ella, mi amiga, mi antítesis, mi desvergonzada salvadora, me trajo aquí.

Al principio negué su atrevimiento, pero aquella fiesta pagana solo se practicaba un jueves de cada mes, y esa semana tocaba. Me llevó a rastras al lugar de los hechos… y me quedé de piedra.

Un bar cualquiera, sin sospechas, pero que ocultaba una puerta trasera, con una enorme escalera que olía a misterio… me resistía, pero al final bajé al mismo infierno.

Al fondo, una música grave, húmeda, como si te acariciara la piel, y en el umbral, dos fornidos hombres con antifaz custodiaban la puerta del deseo. Con una voz ronca, casi rota, nos dijeron que la entrada solo sería con el traje oficial de dicha fiesta privada…

Nos hicieron quitar toda la ropa. Mi amiga me sonreía mientras nos entregaban una pequeña pieza de lujuria: una bata de seda sin botones y un antifaz para que nadie pudiera descubrir quién se escondía tras la máscara del vicio perverso.

-Confía -me dijo ella con ojos derramados de lascivia, dejándome sola, ante las fieras 

Lo que encontré era otra realidad. Una dimensión de cuerpos, susurros y jadeos contenidos.

Hombres y mujeres mezclados como cócteles prohibidos,

algunos fornicando en los sillones con una naturalidad que me turbó. Otros solo observaban, como depredadores con su copa en mano, saboreando el deseo…

Caminé entre ellos como si fuese invisible… pero no lo era. Lo noté en las miradas. En cómo mis pezones empezaron a endurecerse bajo la seda.

Y ahí supe que esta noche… sería mía.

De repente, alguien se cruzó en mi camino. Nuestras miradas ocultas saltaron y las pupilas se dilataron. Su cuerpo era como un dios de la mitología griega, y su miembro era un sueño… o una deliciosa pesadilla. Se acercó a mí como quien elige el menú del día, o la presa para ser vencida. Me olía, me susurraba al oído palabras que me excitaban, mientras sus manos desprendían aquella mini prenda que cayó a mis pies.

Nos quedamos ahí, desnudos, frente a frente, y sin pensarlo me agarró del cuello, fundiendo su lengua con la mía. Fue un beso visceral, rudo, salvaje, de esos que te roban el aliento… y hasta el alma. Me tomó del cabello y me obligó a arrodillarme. 

Su mástil erecto me esperaba, y en esa posición solo podía rezar… y engullir todo su preciado cargamento.

Me agarró con fuerza y me penetró con la brutalidad de un deseo reprimido. Apenas podía respirar, pero aguanté su empate, su poder viril creciendo dentro de mí, ese ritmo demencial que me atragantaba llegando casi al final de mi garganta.

Intenté saborear su glande para suavizar sus embestidas, mirándolo a los ojos, esos que solo desean venirse de un momento a otro. Me agarró de nuevo y tragué su denso y caliente néctar. Su cantidad era tal que no pude sostenerlo. Solo había dos opciones: vomitar o tragar. Y ya ni siquiera podía elegir, cuando lo sentí descender hasta la boca de mi estómago.

Me levantó del suelo, y agarrando mis posaderas me llevó hacia una cristalera, incrustándome en ella. Mis piernas rodearon su cintura y, sin perder tiempo, me empaló mientras mis nalgas quedaban expuestas a las miradas de los que estaban en el piso de abajo.

Empezó a sacudirme con fuerza mientras me aferraba a su fornido y escultural trasero. Lo quería todo dentro de mí. Estaba eufórica. Después de tantos años de sequía, llegó la tormenta arrasando con todo.

Abrí un segundo los ojos. El suelo era de cristal, las paredes me exponían como carne en un mostrador: observada por el mundo mientras gemía, gritaba y maldecía tanta lujuria, tantas ganas, tanta indecencia demostrada.

De repente, aún encajada por su falo, me llevó a cuestas hacia un sofá. Se dejó caer y mi cuerpo quedó sentado y clavado en su duro poder. 

Me retorcía como una víbora ardiente, deseando morder, premiar su destreza con el veneno que deseaba entregarse en su estaca.

Ahí danzaba como en el baile de los siete velos. Mis caderas no tenían freno y su imagen… era la de un hombre a punto de tocar el cielo.

En ese preciso instante noté algo tras de mí. Alguien se había apuntado a la fiesta sin permiso, tocando mis pezones que estaban a punto de estallar. Cerré los ojos y sentí cómo se humedecían mis nalgas, pero no era cosa de dagas… Aquella suave

fragancia, aquel líquido, ese aroma a sexo femenino, me era familiar.

Quise girar el rostro para saber de quién se trataba, pero mis labios fueron asediados por un beso tierno, con sabor a carmín de fresa. Al abrir los ojos a esa maravillosa tentación, a ese beso tan dulce como perverso, me topé con la mirada de mi mejor amiga.

-Déjate llevar -me dijo, mientras me sacudían… por delante aquel Adonis a punto de venirse, y por detrás su vulva ardiente y mojada se restregaba sobre mi piel, mientras besaba mi espalda y masturbaba mi clítoris.

Fue una experiencia tan ilícita que me corrí empapando todo.

Y justo entonces, el enmascarado me regaló toda su esencia, mientras mi amiga se corrió tras de mí.

En ese instante, una tormenta de savia y deseo me envolvía mientras mi cuerpo destrozado caía en brazos de aquel Adonis, y mi amiga se dejó caer sobre mi espalda.

Nos quedamos ahí, los tres abrazados, entre la incertidumbre, el cansancio y los temblores de aquella traca explosiva.

Pasaron varios días. He vuelto a salir con mi amiga…

pero alg

o en nosotras ha cambiado….ya no éramos las mismas…

Etiquetas: erotismo sensualidad

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