Te abrazo una y mil veces;
no te suelto,
te vuelvo a abrazar —lo necesitas—.
Tu silencio habla a gritos:
tu mirada triste,
tu respiración agitada,
suspiros en el salón.
No tienes que ser siempre fuerte.
En tu interior, un río de lágrimas ahogadas,
y tu corazón siempre en llamas.
Me quemaré junto a ti.
No puedes detenerte.
Mejor ajusta la corona,
calza las botas,
toma la espada,
límpiate las lágrimas.
Me tienes a mí.
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