Casi tan tan roto como yo.

Me enamoré de un hombre roto.

Casi tan tan roto como yo.

O me atrevería a decir que más, vaya uno a saber.

Me enamoré de su abismo, donde en algún lugar dentro de él se encontraba su alma.

No me pensé ni un segundo el saltar al vacío.

Y ahora aquí estoy lamiéndome las heridas por no haber temido su oscuridad.

Desconocía tanto el amor, que cuando yo se lo daba se asustaba.

Se asustaba de que alguien después de ver su peor versión siguiera quedándose.

Y ni siquiera sé yo el por qué lo hacía.

Quizás fueron los sueños, quizás fue la vida.

Quizás fue ver qué en su alma veía la mía.

Y saber que aquella leyenda en la que dos almas nacen de la misma, no era mentira.

Lo he amado, como no he amado nada en esta vida.

Incluso más allá de sus tormentas, más allá de sus heridas.

Por eso lo dejo libre, ya no quiero ser su enemiga.

Demasiado lejos llegamos para ambos habernos llamado «el amor de nuestra vida».

Hoy comprendo que en nuestro destino inevitablemente estaba escrita la despedida.

Tú siempre fuistes y serás quien despertó a mi alma dormida.

Capaz de enseñarme todo lo que dentro de mi no cicatrizaba y se pudría.

Y aunque aquí estoy malherida, necesitaría mil vidas para agradecerte.

Me has roto en añicos, matando una versión de mí que gritaba por desvanecerse.

Me he levantado y he tirado abajo esas murallas que impedían llegar a mi corazón.

No hay hueco ya en mi cuerpo que pueda albergar algún rencor hacia a tí.

Tan solo guardaré los mejores deseos para esta vida llamada viaje.

Te deseo que te amen, como yo te he amado.

Te deseo verte sonreír y saber que al menos, todo lo que vivimos no fue en vano.

Desde lo lejos sonreiré, y entre silencios te diré lo feliz que estoy por ver cumplir tus sueños. Aunque tú jamás lo escuches.

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