La ultima taza de té

La ultima taza de té

Brianda

10/08/2025

Prólogo

Un fuerte bache me arrancó de mis pensamientos. El taxi dio un pequeño salto y el cinturón me apretó el pecho. Miré al conductor; él me devolvió una mirada breve a través del retrovisor antes de volver a clavar la vista en la carretera.
Por la ventanilla, el paisaje cambiaba despacio: prados húmedos, cercas de madera inclinadas y colinas que se perdían bajo un cielo gris que se cernía sobre mí como una advertencia. La lluvia fina, tan típica de las Tierras Altas, dejaba un velo sobre todo, y a lo lejos el viento arrastraba jirones de niebla que parecían querer alcanzarnos.
No me hacía falta leerla de nuevo; probablemente la había leído unas cien veces desde que la recibí. Estaba segura de que sería capaz de recitarla palabra por palabra, como si fuera una poesía. Pero, por algún motivo, no podía dejar de hacerlo.
Hacía demasiado tiempo que no pisaba el pueblo ni veía a mi familia. Volver no me traía ilusión, sino una punzada de inquietud que se instalaba en el estómago y se hacía más intensa con cada kilómetro. Imaginaba esas miradas voraces, cargadas de expectativas, y también de desaprobación. Porque yo fui la que se marchó. La que dejó atrás las reuniones de domingo, los cumpleaños y las frías navidades junto a la chimenea. Y en todos esos años, apenas me digné a llamar más que en las celebraciones. Ahora, regresar significa enfrentarme a todo lo que abandoné y a quienes nunca me lo perdonaron del todo. La imagen que tienen de mí es un disfraz que ya no me encaja, y temo que esta vez noten las costuras.
Cuando recibí la carta, pensé que quizás un cambio de escenario sería justo lo que necesitaba para despertar a las musas que parecían haberse dormido. Musas que tenían paralizadas las palabras de un archivo en mi ordenador, con un título que no me convence, acumulando polvo digital. Porque, a pesar de ser “la heredera de Agatha Christie” según la revista The Times, llevaba meses incapaz de crear algo que no me pareciera un completo desastre. Cada día añadía una gota más a un vaso que amenazaba con desbordarse: uno de frustración, y otro cargado de la presión constante de mi editora. Tecleaba, borraba, tecleaba, borraba. Un ciclo sin fin que se había convertido en mi rutina diaria.
Organizar el viaje no fue complicado. Mi trabajo solo requiere un portátil y una superficie donde apoyarlo, y a veces ni eso. No tengo ataduras familiares ni una pareja con la que coordinar horarios para sostener una relación. Resulta triste lo fácil que me resultó comprar el billete de avión, y más aún la sensación de alivio que sentí al pensar en dejar atrás la rutina por un tiempo.
¿Y si mi regreso a casa fuera justo lo que necesitaba para que la chispa de la inspiración volviera a encenderse?

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