Y el pueblo, cansado, pero paciente, escuchaba al gobernante que, con voz de feria y sonrisa de prestidigitador, repetía el viejo cuento de la buena pipa: “¿Quieres que te lo cuente?”. Y cada vez que alguien decía que sí, él respondía con un no disfrazado de promesa, estirando la broma como un chicle rancio. Así, año tras año, el gobernante hilaba palabras que no llevaban a ninguna parte, hasta que la gente, entre risas amargas y bostezos, terminó por olvidar que alguna vez habían preguntado. El truco funcionaba: no había historia, no había solución… pero todos seguían esperando el próximo “¿quieres que te lo cuente?”.
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