
En las afueras de Escandinavia, había un pueblo, un mar calmado y un hermoso y perfeccionado bote. En él, la sola presencia generaba emoción y diversión. Una herramienta hecha finalmente para viajar. Habían 3 requisitos: fuerza para jalar los remos, valentía para guiar a los remos por donde y cómo ir, y el tercero era cantar, sonreír, reír y disfrutar. Con estos 3, ya al alma del bote podían embarcar.
Un hombre caminaba sin nada claro que hacer, miraba el mar por el muelle, hasta que en una embarcación 5 hombres lo llamaron y le propusieron que él viajara con ellos. El aceptó con gracia y sintió una rara sensación de luz en su interior. 6 días sería el viaje hasta regresar. Carecían de sol y de buena marea para zarpar, pero lo hicieron igualmente. Arrancaron en canto y pudor. Pese a la situación, era admirable cómo unos a otros se ayudaban para sentirse esperanzados y que la guía total se la daban a su madre, «la mar».
A la noche empezaron los problemas: tormentas, destellos de luz por doquier. El hombre estaba asustado, pero los demás permanecieron firmes y el hombre reflejó la misma seguridad. Empezando los primeros rayos del sol, se calmó la situación y a las pocas horas… ¡tierra! Un canto provenía de estas tierras, más místico que real. Descubrieron que era un mejor sitio que su pueblo natal, entonces hicieron su base y empezaron a crear planes. Los demás tienen que venir, acordaron. Pero ya era el quinto día y había trabajo que hacer. Solo 1 puede ir, dará la noticia y todos vendrán, pero el riesgo es absurdamente alto.
El hombre se ofreció, aceptaba con orgullo y pasión que sea él quien pudiera dar la noticia. Entonces todos se pusieron de acuerdo, le dieron su bendición y él zarpó. Navegando en el silencio, en plena soledad, en tan gigantesco mar, estaba remando como nunca nadie lo había hecho. Empezó a cantar, una corriente le venía al cuerpo recargándose de fuerza para seguir y no parar. A las pocas horas de llegar, uno de los remos se partió. No dejó que lo detuviera, siguió sin perder su emoción. Una tormenta cayó tan repentinamente como si de un chasquido se tratase. La marea subió y las olas cobraban vida. Volcaron su bote y lo destruyeron, pero lejos de rendirse agarró una tabla y siguió. En sus ojos yacía un claro poder. No dejó de sonreír y siguió con más fuerza.
El tiempo se cumplió y él llegó, y todos se alarmaron ante la situación, pero lejos del escenario, él llegó con emoción contando todo lo que sucedió y el descubrimiento que hicieron y la finalidad de su viaje se cumplió. En el 6to día llegó y todos se prepararon y zarparon hacia aquel lugar. Días después llegaron a la tierra mística, pero no estaban ninguno de los hombres que conoció. Él había hecho todo solo, entonces los ancianos de su pueblo le explicaron que no eran personas, eran la existencia y guías de la vida que lo hicieron hacer el viaje, conocer la tierra, regresar sin el bote, con la misión de compartir aquello tan único con su gente. El hombre rompió en llanto y se sintió agradecido por todo lo que le había sucedido. El poder que simbolizó al hombre fue la esperanza.
La esperanza es lo que nos determina cuando uno creé que todo está perdido.
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