Cantos de primavera,
amaneceres de ensueño,
corriendo por verdes prados,
entre pinos y manzanos
llega una niña al Castro de Coaña.
Una niña hija del Sol,
la que allí vive sus sueños,
sueños que imaginaba,
donde otro cielo empezó a reinar
y otro sol empezó a brillar.
Con el silbido del viento,
con el agua cristalina,
con el murmullo del río,
con el canto de las aves,
con el olor a tierra, a monte.
Hoy la busco en mi memoria,
sigo encontrando su risa
entre las piedras del Castro,
entre nubes vagabundas,
entre nostalgias profundas.
Ahora, desde la ventana
contemplo ese reino de infancia,
dulce, eterno, fugaz,
donde el ayer parece flotar
entre tiernas sensaciones.
Yo fui esa niña de ayer,
la que corría al Castro a jugar,
esa niña que no quería crecer,
la que al tiempo las alas quiso cortar
para que no pudiera volar.
Un susurro del pasado,
un pasado milenario
donde palpita la historia,
en ese poblado celta asturiano
que guarda la caricia de mi mano.
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