Nuevamente me encontraba allí, solo que esta vez era diferente —llámalo como tú quieras: soledad, aislamiento, abandono—.
Yo, en un intento de disfrazar aquel acechante pensamiento voraz, decidí llamarle Soy.
¿Por qué ese intento inútil de utilizar pronombres para referir? Porque yo y soy son dos almas que comparten un mismo cuerpo terrenal.
Yo, que absurdamente es beneplácito… qué conmiseración siento por yo:
un pedazo de alma, cohibiendo una esencia tan única que, en su intento de ser parte de una sociedad tan irritable, olvidó lo que era.
Soy, aquello que trascendentalmente germinó en autoexploración; regocijado, humillado, golpeado por una soledad tan abismal que, cuestionablemente, hizo desfallecer el sentido del todo y la nada, el bien y el mal.
¿Por qué tanto egocentrismo? ¿Por qué tanta ambición? ¿Por qué no soy?
No pretendo esforzarme por dar respuesta a tales cuestionamientos; nunca se ha tratado de eso.
Ahora que, petulantemente, hago un intento mediocre de plasmar en letras lo que tanto me aqueja, entendí que soy no existe sin yo, y que yo, no soy.
OPINIONES Y COMENTARIOS