Hay personas que hacen de su pasado una era tan actual que predomina ese aire estúpido de orgullo viejo e incandescente. La vida a veces se parece a una muerte un poco prematura —no hablo de un sentido tan real como un soplido en tu rostro, uno de esos que tratan de despertarte en una situación confusa para ambos. Hablo de una muerte en el giro de las ideas que pasan por una mente poco preparada; descartes sin siquiera dar permiso a soñar, pensamientos que arrancás de cuajo como yuyos inútiles, porque no tienen un buen propósito en tu jardín.

Por dios, dejémonos de rodeos: no somos estrellas en el cielo, ni siquiera corazones que dan su existencia por encontrar a su alma gemela. Somos momentos poco decorados colgados de un árbol de imbéciles apurados.

¿Qué juicio será el que me espera? A mí, un borracho escritor que duda hasta del agua con la que limpia su rostro en las mañanas. Que se ríe entre los pedazos de espejo que rompió de un puñetazo en un momento de angustia.

Tirado en el suelo del baño, sonriendo a un vacío tan lleno como mi estómago después de una botella cómplice de whisky, una balada noventosa, y la rebelión de mi corazón al escuchar los vestigios de su voz.

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