Era
octubre. Gabriela iba conduciendo su Chevrolet Corsa rojo con
matrícula argentina, y cantando a viva voz un tema de Eros
Ramazzotti, cuando vio con el rabillo del ojo que su celular se
iluminaba; le había llegado un WhatsApp.
Ella, que se dirigía
a Buenos Aires desde su casa en San José de Mayo —recorrido que
hacía cada cierto tiempo, ya que su familia está dividida entre
ambos países—, nunca fue tan responsable como para evitar leer el
WhatsApp aunque estuviera conduciendo. Así que se cercioró de que
la carretera estaba prácticamente vacía y ojeó el teléfono.
Era
un mensaje corto de Ernesto diciéndole que el quince de noviembre la
esperaba en su cumpleaños, el cual festejaría en la casa que le
prestaba su patrón en Paso de la Arena. Ella simplemente respondió
con un emoticono sonriente y escribió: “Obvio que estaré ahí”.
Al
llegar a Argentina, Gabriela visitó a su tía Elena y le comentó
del cumpleaños de su excompañero de trabajo. Esta le sugirió que
le llevara un vino, mencionando un local con unos vinos mendocinos
muy buenos.
Gabriela, tarareando a Eros, buscó entre las
góndolas, pero su tía, que sabe más de la vida y de los vinos, le
dijo:
—Llevamos este, algo me dice que es el vino ideal para
regalarle a Ernesto.
El mismo día, Ernesto invitó a otros
conocidos, entre ellos a Leonardo, un amigo de toda la vida que
casualmente le había presentado a Giannina, una amiga suya que a
veces coincidía en algún juego del truco online o algún chat de
música.
Ernesto, que la había visto en esos chats e intentaba
comunicarse, pero ella nunca le respondía, quería que Leonardo la
invitara para ver si podía conocerla mejor.
Leonardo llamó a
Giannina; esta le dijo que si no tenía otro plan, iría, pero que no
tenía problema a menos que saliera con Andrés, su novio. Leonardo
le dijo a Ernesto:
—Va a tu cumpleaños si no tiene nada
planeado con el novio.
Pero esto no desalentó a Ernesto, quien
pensó que eso significaba que iría sin el novio en caso de asistir,
ya que no pidió que lo invitaran.
Giannina originalmente no
tenía intenciones de ir, pero Andrés la invitó a un evento al cual
nunca asistió. Ella intentó comunicarse con él y este la ignoró.
Por esa razón, llamó a Leonardo y le dijo que era seguro que ella
iba a ir al cumpleaños.
Andrés volvió a comunicarse, se
reconciliaron, pero ella descubrió que le mentía acerca del trabajo
que hacía, así que discutieron por teléfono y cortaron la
relación.
El quince de noviembre, Gabriela llegó sin su tía
Elena, pero con el vino a Paso de la Arena, donde Ernesto la recibió
muy feliz junto a otros invitados.
Giannina llamó a Leonardo y
le pidió que pasara por ella porque se encontraba en el barrio de
Maroñas y nunca había visitado Paso de la Arena. Leonardo, aunque
un poco molesto por tener que viajar desde Las Piedras por ella y
luego volver hacia Paso de la Arena, aceptó porque sabía que
Ernesto le reclamaría si no lo hacía. Entonces se ofreció como una
especie de taxi para llevar a cualquier invitado; se anotaron cuatro,
pero solo fue Giannina.
En el camino, ya en el Fiat Pulse azul
matriculado en Las Piedras de Leonardo, Giannina no paró de hablarle
de Andrés y de que no quería saber nada más de él en su vida.
Cosa que no era verdad, pero el enojo y el despecho hablaban por
ella. De todas formas, aquello fue así porque Giannina y Andrés no
volvieron a estar juntos.
También le comentó a Leonardo que
buscaba trabajo, y este le dijo que si sabía de algo, él le pasaría
la información de inmediato.
Leonardo y Giannina llegaron a
Paso de la Arena. Leonardo quedó impactado con Gabriela y estuvo
bailando con ella toda la noche.
Giannina, que no estaba tan
interesada en Ernesto pero sabía —no solo por Leonardo sino por él
mismo, que le había mandado algunos mensajes a los que ella no le
dio mucha importancia— que a Ernesto sí le gustaba ella, en un
ataque de enojo por no recibir noticias de Andrés, se involucró con
Ernesto pensando que sería la única vez.
Pasaron cuatro meses.
Leonardo y Gabriela eran una pareja consolidada, al igual que Ernesto
y Giannina. Se juntaban en la casa de Ernesto y a veces salían por
ahí, pero nunca abrieron el vino, que estuvo en un mueble de Paso de
la Arena todo ese tiempo.
Un día, Ernesto tuvo una discusión
con su jefe y decidió renunciar. Esto lo dejó sin la casa de su
jefe en Paso de la Arena, que, dicho sea de paso, era su vivienda. En
poco tiempo, se mudó a Maroñas con Giannina, quien no estaba muy a
gusto con la idea, pero terminó pensando en intentarlo.
Entre
todo lo que empacó, llevó el vino argentino hacia Maroñas.
En
menos de dos meses, Giannina le dijo que no aguantaba la convivencia,
que no estaba ni preparada ni enamorada, así que Ernesto tuvo que
irse. Al no tener lugar donde vivir, se fue en su Mini Mark I blanco,
matriculado en Montevideo, y dejó todas sus cosas en Maroñas.
Cuatro
semanas después, Ernesto le mandó un WhatsApp a su ahora ex porque
había hablado con su jefe, quien se enteró de que se quedó en la
calle y lo invitó a volver; este tuvo que aceptar.
El día que
se llevó todo, Giannina lo dejó con Dardo, el padre de ella, y se
fue. Ernesto empacó sus cosas, se despidió de Dardo, le dejó una
carta a Giannina que esta ignoró y volvió a Paso de la Arena. Pero
no se llevó el vino.
Treinta días después de la última vez
que Ernesto fue a Maroñas, a Giannina le salió un trabajo el cual
haría completamente sola, sin compañeros. Así fue por dos meses,
pero al tercer mes la invitaron a unirse a un grupo.
Los
primeros días fueron cómodos y buenos, pero no fue hasta el tercero
que conoció a una compañera que ingresó ese día: Melina.
Melina
y Giannina hablaban mucho y compartían tiempo en el trabajo, así
que comenzaron a hacerse muy cercanas y a verse fuera del trabajo. Se
juntaban a merendar, a jugar cartas, a mirar películas; en poco
tiempo eran como hermanas.
Una tarde, Giannina se dio cuenta de
que en su mueble se hallaba, solo y a oscuras en un rincón, el vino
mendocino. Entonces le preguntó a Melina si quería un vino que le
había dejado un ex en su casa. Melina contestó que sí, que le
interesaba, así que se lo llevó y, cuando llegó a su casa en el
barrio de La Unión, se lo regaló a su padre. Lo compartieron y al
señor le encantó.
Giannina, Gabriela, Leonardo o el dueño
original del vino no conocían al padre de Melina, pero este,
casualmente, se llamaba Ernesto.
Así que la tía de Gabriela,
que tampoco sabía de su existencia, siempre tuvo razón cuando le
dijo a su sobrina, en aquel local de Palermo, que ese vino era el
ideal para regalárselo a Ernesto, quien hoy toma el último sorbo
viendo una propaganda de vinos mendocinos en el living de su casa de
La Unión.
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