Tan cansada me siento, que a veces ni siento;
me miro y no estoy, me habita un vacío mudo.
Sonrío por fuera; por dentro, otra estación de sombras.
Las ganas de seguir se escapan como polvo entre los dedos,
se vuelven lluvia fina que borra mis mapas.
Cada paso pesa y la distancia entre yo y el día se alarga.
Siento que ya no puedo más, y la voz que lo afirma es persistente;
cuestiono estos pensamientos que me acosan, día tras día, sin descanso.
No sentirme bien se ha vuelto matutino, una costumbre que no pedí.
Me quiero rendir -y pienso en rendirme con voz baja-
pero palabras de otras personas se vuelven eco y nudo en la mente.
Sufro en silencio, guardando el frío en el pecho como quien guarda un secreto.
A veces me sostengo con hilos invisibles: un recuerdo, una canción, una taza de té.
A veces me basta imaginar una mano que no me juzgue para no soltarme del todo.
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