Por primera vez no le importaba si sus pies estaban muy sucios, si la piel había tomado un color naranja, si el cabello no tenía volumen o tan si quiera que el agua estuviese fría.
Le gustaba el atardecer y justo en su frente estaba uno. Esta vez no era igual, antes corría sin parar, tanto que sus pulmones necesitaban ayuda y su corazón necesitaba un donante de sangre para seguir funcionando.
Todo había sido muy complicado, deudas por pagar, trabajo por cumplir, una familia que tenía que verla siempre feliz como si no hubiera motivos para llorar o sentirse triste. Las emociones poco a poco se habían reprimido tanto que llorar era la última forma de poder desahogarse. La vida o ella mismo decidió que cualquier situación que la ponga a prueba tendría solución y que nadie mejor que ella misma podía solucionarlo.
Esa forma tan cuadrada de persona estaba haciendo en sus pensamientos una fiesta sin fin. Podía ganar cualquier reconocimiento, pero ella no se sentía merecedora o creía que pudo ser mejor. Nada parecía suficiente.
Así pasaron los días, en donde cada uno de ellos se volvió rutinario. Algunas de las responsabilidades muchas veces no eran de su elección, pero si eran las que le ayudarían a saber con quién sí y con quien no, a quien podía decir amigo, novio y familia.
Desde pequeña se creó una coraza que parecía no romperse con nada, hasta que llego el día de perder a quien había sido su confidente por 5 años.
En una guerra los oponentes tienen un batallón que lucha, armas para defenderse y creencias individualistas. En su caso, jamás empezó una guerra con alguien ajeno, más bien tenía una guerra con ella misma al pensar que cualquier cosa podía hacerlo sola que no necesitaba de nadie.
Pero entonces, llego quien le enseño que perdonar pronto era la solución para todo, que mostrar alegría genuina creaba un ambiente de tranquilidad y un abrazo que durara 6 segundos podían aliviar la cabeza de tanto sobre pensar. Y sin ser menos importante, que cada día es un nuevo comienzo para sentir el viento en la cara, tomar el sol, correr, comer, respirar y mirar al cielo.
Aprender de alguien se vuelve más fácil con el ejemplo, y si, ella tuvo la mejor maestra que la vida le pudo regalar. Si quería llorar tenia a quien abrazar para hacerlo, si estaba feliz sabia con quien bailar como muestra de algarabía, el enojo se transformó en lanzar una pelota a lo lejos y tenerla de vuelta en segundos, la preocupación se volvió el tiempo para correr como si el punto de partida no existiera.
Ella aprendió cada lección, pero el tiempo de su maestra termino sin previo aviso dejando su corazón roto y un millón de recuerdos que al pasar por su memoria solo le generaban ganas de llorar.
Supongo que esto debe terminar, entonces tengo que dejarte ir. Recuerdo que te gustaba mojarte y mojarme, correr con tanta energía que a veces pensaba que te perdería porque tu corazón no podría aguantar tanta adrenalina en el cuerpo. Hoy ya no estás aquí, me dejaste o quizás tenías que proteger a alguien en el cielo. Pero nunca te olvidare Kiara.
El sol se apagó, las estrellas no llegaron a cambiar el negro del cielo, pero el agua fría le recordaba que ella seguía viva y debía seguir adelante porque en algún punto del mundo alguien rezaba por las oportunidades que ella tenía.
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