Desde pequeña, Yani vivió con la certeza de que no era dueña ni de su cuerpo ni de su voz. En el campo, donde los pájaros cantan fuerte y las personas callan más fuerte todavía, aprendió que una mujer debía obedecer… y obedeció.
Su papá marcaba los días con gritos, con silencios cargados, puertas que se cerraban de golpe, y golpes que caían sin previo aviso.
A veces una cachetada por contestar, otras un empujón, por no mirar a los ojos. Otras lo que no se dice (el secreto de papá), lo que no se nombra, lo que se entierra en la memoria como si nunca hubiera pasado.
Su mamá no decía nada, y en esa casa de madera, entre el olor a humo y tierra mojada, Yani creció entendiendo que el dolor se esconde, que el miedo se calla.
Una noche, con apenas once años, después de lo que no se dice, despues de una de esas escenas que dejan el cuerpo tibio y el alma helada, yani… Yanina, se quedó mirando el techo y pensó por primera vez …
¿Es tan malo morir?
La pregunta no la asustó. Era suave, como si ya hubiera estado siempre ahí, esperándola.
Pasaron los años, y como pasa en muchos rincones del campo, Yani se casó joven, con un hombre del mismo silencio. Al principio fue distinto. Luego fue igual.
Él también tenía las manos pesadas, el tono de voz cortante, la costumbre de decidir por ella.
Yani no era suficiente. Siempre había una excusa para gritarle. Para hacerla sentir menos, para empujarla contra la pared o darle un cachetazo, y cada vez, mientras recogía los pedazos de sí misma en el gallinero o detrás del corral, pensaba:
¿Es tan malo morir?
No lo decía en voz alta. No hacía falta. La pregunta vivía en ella, tras una sonrisa ensayada que oculta el dolor, como una sombra vieja pero que no se notaba.
¿Es tan malo morir?
La rutina siguió igual.
El amor , si es que alguna vez lo fue, desapareció. Ella se convirtió en lo que siempre fue: invisible.
¿Es tan malo morir?
Pero no hablaba de morir con el cuerpo. Hablaba de eso otro: morir en vida, en silencio, en obediencia. En miedo.
Morir sin que nadie se dé cuenta, sin dejar de respirar siquiera.
Y ahora se sentó al borde del campo, donde el alambrado mira el horizonte y el cielo parece tragarse todo.
Se quedó ahí, quieta.
Sintiendo el viento seco, el olor a tierra mojada, el peso de una vida que nunca fue suya.
¿Es tan malo morir?
La pregunta no espera respuesta. No busca compasión. Es una forma de decir estoy cansada.
Cansada de vivir en guerra. Cansada de llevar un cuerpo que fue territorio de otros.
Cansada de una mente que nunca fue libre.
Y volvió, como siempre.
¿Es tan malo morir… cuando ya te moriste tantas veces en silencio?
No saltó. No huyó. No gritó. Se quedó ahí, sosteniendo esa pregunta como quien sostiene una esperanza rota.
¿Es tan malo morir?
Porque a veces lo más doloroso no es morir, sino morir sin ser vista. Sin ser escuchada. Sin ser libre.
Y en ese lugar donde los árboles se inclinan con el viento, la mujeres con el miedo , quedo su sombra. Y si pregunta .
¿Es tan malo morir… cuando nunca nos dejaron vivir?
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