El texto de los mil y un lamentos

El texto de los mil y un lamentos

Despierto en una tarde sin nombre, abrazando una almohada cansada, como quien sufre el abandono rutinario de cada lunes. El mundo se volvió gris, no por estética sino por esa vibra opaca que se instaló desde aquel día. Los días ya no difieren de las noches, solo cambian los horarios de las sombras.

Han pasado años sin que algo me saque una mueca sincera. Ya no hay colibríes; abandonaron esta crisis cuando alcanzó su cenit. La violencia ya no tiene causa, ni siquiera forma. Frente a los espejos giran los crímenes del alma, sin rostro ni castigo.

Los traumas del pasado arden, no por el recuerdo, sino porque ya no saben dónde alojarse.

La cura de todos los males se esfumó entre la niebla maldita y corazones secos, como hojas caídas en un otoño de afectos.

Pero no siempre fue así. Hubo un tiempo en que el color aún florecía en los cuerpos que se rozaban sin temor.

Hasta que apareció el autor maldito, el que trajo el texto de los mil y un lamentos. Ese escrito, mezcla de plegaria y condena, nos hizo comprender que el amor no era más que un eco compartido, breve, una emboscada del tiempo.

Desde entonces, nadie osa caminar tomado de la mano.

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