En algún rincón de la ciudad fría y húmeda, él escuchaba una melodía que le resonaba, que lo llevaba otra vez a una época donde todo era más simple. Sin demasiada tecnología. Quizás lo justo y necesario para poder conocer a alguien nuevo, y mantener una charla por dentro y fuera del chat.

Las épocas doradas.
La «Belle Époque», como solía describirla.
Un momento en la vida adolescente donde se estaba formando su gusto musical, su entorno amistoso y su despertar amoroso. Un momento en su adolescencia donde se le mezclaba el chico poco alcanzable por ser el lindo del colegio, el rolinga de núcleo duro, con la ternura de quien realmente era. De su esencia, que le salía por los poros, aunque la quisiera ocultar. Sus ganas de enamorarse, de conocer chicas y de dar con quien sea capaz de entender la profundidad de sus sentimientos.

Una época donde se respiraba libertad, amistad, y todo resultaba ser más despojado.

De lejos, escuchaba una canción que no tenía que ver exactamente con su adolescencia, pero por algún motivo lo transportaba a ella…
Y también “a ella”.

Una chica que fue, y que no fue nunca. Fue su amor de adolescencia, su amor virtual, su amor platónico. Y su cuerpo, cada vez que escuchaba un rock, indirectamente decía “ella”. Quien le mintió la edad para cautivarlo, porque algo había notado en él que no quería dejar ir. Y él tampoco se fue…
Nunca se fueron del todo.
Nunca se habían conocido.
Ni tenido en redes sociales, después de que ICQ había dejado de existir. 

Con el fin de éste, que salía para compartir experiencias generalmente con conocidos, él decidió compartirlas con alguien que solo había conocido en un foro, hablando de Viejas Locas e Intoxicados, y debatiendo sobre gustos musicales similares.

Quisieron encontrarse. Quisieron conocerse más allá de unas cuantas fotos enviadas y mostradas en sus fotos de perfil… pero eran dos menores de edad. Ella, aún peor: tenía trece cuando a él le decía que tenía quince para que no dejara de hablarle. Pensó que era pasajero, algo del momento. Alguien con quien debatir sobre bandas favoritas, géneros musicales, y la vida en general que dos personas con 13 y 15 años podían llegar a tener.

«Qué sería de nosotros
Si de afuera ya no entrara nada
Sin la duda, sin la espera
Dejando la puerta cerrada…»

Sonaba en un negocio de música que sacaba el parlante del lugar a la vereda e iba cambiando de géneros musicales con el correr de los días.

Ese día, Juanchi estaba nostálgico. Ese lugar había sido el «cyber» donde se juntaba con sus amigos a charlar, tomar alguna birra de contrabando porque su hermano mayor era amigo de Carlitos, el dueño del lugar. «Un antro divino», decía cada vez que recordaban con sus amigos el local. Sus mejores épocas aún seguían guardadas en ese lugar… Aún de pie. Con otra fachada, más actual, pero por dentro aún solía conservar algunos calcos pegados en aquel momento. 

Él extrañaba a sus amigos. De alguna manera también extrañaba esa vida donde todos se reunían a la salida de la escuela a charlar, a tocar la guitarra, la armónica que alguna chica le regalaba, a conectarse un ratito con alguna novia que iba a otro colegio un poco más lejos, o simplemente a viciar con algún juego. Épocas donde nada más importaba. Donde nada más que el colegio era importante… y hasta ahí. 

No había grandes responsabilidades, no había nada más que la constancia de estudiar y de cumplir con ir a la cancha y seguir al club cueste lo que cueste, jugara donde jugara; Así tuviese que gastar lo poco que tenía en ese entonces para pagarse un micro para ir y volver en el día.

Juanchi, en algún lugar de su cuerpo, de su mente y de su vida, no podía soltar aquello que hoy le resultaba tan lejano y tan imposible… Como aquel amor que dejó por haberse enamorado de alguien que le daba todo lo que necesitaba en ese momento, pero sobre todas las cosas: un amor tangible. Un amor cercano que le daba todas esas cosas que él necesitaba… en persona.

No renegaba de su vida, aunque a veces, como todos, parecía que sí. Cada vez que recordaba aquel momento, sentía el corazón partirse en dos: entre lo urgente y lo posible, y lo incierto y lo soñado. Porque, aunque después de tantos años había conocido en persona a Celina, ella seguía siendo una especie de espejismo: cercana y lejana a la vez.

Él había seguido su camino junto a quien lo acompañaba desde el colegio.
Y Celina vivía en otro país.

Sin embargo, cada tanto, cuando sonaba algún «rock chabón», todo volvía. Como si Celina nunca se hubiese ido. Como si él tampoco. Como si, por un instante, estuvieran justo ahí, donde todo había empezado.

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