Zarpamos con rumbo según el cuadrante náutico, desde un antiguo puerto hacia las turbulentas e impredecibles aguas gélidas del cono sur, pasando por el cabo antártico. Las condiciones climáticas no eran las óptimas, se esperaba una tormenta en medio de este tenebroso mar. La audacia de toda la tripulación de esta goleta era admirable. Nos atraía nuestro espíritu de aventura hacia lo desconocido, cómo también localizar nuevas rutas de expedición. Además de tomar posesión de todo tipo de tesoros al descubrir, pues nuestra misión era recaudar las mayores riquezas a lo largo de todo el trayecto marítimo de las inexploradas tierras incógnitas del confín del mundo.
Había información sobre las costas extremas de la “Nueva Extremadura”, a lo largo de todo el periplo de circunnavegación de los recorridos de navegaciones anteriores desde el extremo meridional sur, atravesando los mares australes ya que había huellas marcadas con banderillas en puntos estratégicos sobre rocas e islotes en todo el litoral costero. Recuerdo haber leído y estudiado la bitácora de travesía del explorador Thomas Cavendish, del cual nos ayudó bastante al descifrar los peligros que íbamos a enfrentar, su itinerario era bastante claro al advertirnos por la gente que vivía en aquellos escarpados acantilados. Según se había dicho, existían seres agazapados entre recodos de las costas ribereñas. Todos aquellos avisos fueron parte del registro de cabotaje de nuestro capitán a mando del barco.
Cabe señalar que gran parte de la fortuna que pretendemos conseguir están bajo el control de la poderosa corona española radicada en el hemisferio sur del nuevo continente. En caso de conflicto, nos encontramos muy bien resguardados con todo el aparataje de defensa y combate. A todo esto, nuestra embarcación cuenta con grandes cañones en cubierta, contando con el arsenal de servicio entre espadas, arcabuces, hachas y una variedad de pistolas de carga con pólvora.
Nuestro capitán un tipo alto de barba y cabello largo sin asear, vestido con una especie de harapos de traje y chaqueta de género negro, más un cintillo de color rojo que amarra su cabellera, nos dijo en una oportunidad; “Mañana será un nuevo día, debemos descansar para no desperdiciar energías”…, fueron aquellas palabras que aún me daban vuelta en mi conciencia después de una larga siesta terminando el trabajo de fondeo. Entendí de inmediato que esos dichos en términos de roncos murmullos serían como un recado en la memoria, mientras descanso en la hamaca dentro de la goleta originaria del golfo de Omán, y entre sueños escucho a mis compañeros filibusteros, todos ávidos tripulantes con gestos rígidos empuñando espadas, cuchillos o dagas declarando a fuertes voces; “…otro día, mañana venceremos”.
Del siguiente día, mejor ni hablar, pero fue lo peor que puedo describir, podría identificar elementos cómo fuertes sonidos ondisonantes de las olas que suenan con el oleaje en el mar, y extraños graznidos de aves surcando el navío. La sacudida al interior de la embarcación era impresionante, cada vez más sentía la elevación de toda la nave, era subir y bajar en caída libre a metros de altura, padeciendo mareos incontrolables. El miedo me calaba los huesos, me aferraba a todo lo que veía seguro. Por segundos, se escuchaban fuertes golpes de gigantes olas que hacían desaparecer la frágil embarcación de madera. El cielo se había oscurecido, no había rastros de luz, la tempestad cubría todo el horizonte. Por consiguiente toda la tripulación estaba en zozobra, los mandatos del capitán sencillamente eran salvaguardar la vida. No había nadie en cubierta. Lo que llamaba la atención fue la gallardía del jefe a bordo, nunca dejo de soltar la rueda de timón. Solos en medio del mar toda la tripulación se encomendaban a Dioses según nuestra absurda y propia creencia. Estando todos sujetados con las amarras en la cintura, sogas anudadas en los brazos con los portillos, mástiles o barandas en el bordo del navío, nuestra aflicción siguió aumentando en desesperanza mientras la embarcación se agitaba sobre la superficie de las empinadas olas moviéndose oscilantemente impactando contra las ventiscas.
Al observar al capitán, su figura irradiaba tranquilidad, serenidad ante tamaña tempestad, y así cómo un ser divino en el centro de la convulsiva nave nuestro hábil capitán extrañamente saca dentro de su ropaje un metal precioso de aspecto circular resplandeciente y enigmática estructura dorada en forma de medallón con un relieve de figura femenina. Levantando con sus manos invoca a una deidad llamándola; “Yemayá. Donha Janaína, Diosa de los mares, a ti te hablo, envuelve con tu mirada la quietud de las aguas…Oh Yemayá”, en cosa de minutos, la lluvia cesa, las nubes se abren para entregar luz de un cielo sereno, consiguiendo la calma, logrando la quietud del mar con despejados rayos de sol. La obra divina nos deja ver las hermosas costas del reino de Chile, pudiendo identificar unas pequeñas casas, chozas a lo lejos y una que otra tortuga surcando las orillas del mar.
Al momento de desembarcar notamos una inusitada desolación en la playa, no había ninguna apariencia extraña ni rastros de existencia humana, ni mucho menos tesoros que sustraer, toda la costa estaba deshabitada. Solamente algunas aves que rápidamente emprenden su vuelo asustadas por nuestra presencia. Por sorpresa tropiezo con una botella, al observarla encuentro un mensaje escrito escondido dentro. Inmediatamente le digo al capitán que nos lea ese pergamino, toda la tripulación rodea a nuestro líder escuchando con atención;
“Bienaventurados los que lean estas palabras, pues han podido conquistar a los terribles mares del sur, alcanzando la mayor riqueza que la propia vida. Espero que un futuro próximo nos podamos ver, así tal cual somos, cómo los más nobles navegantes de todos los tiempos.
Se despide. El navegante Thomas Cavendish.
Port Famine de 1587”
Y nuestro capitán en honor a la figura entrañable del más grande marinero, deja el medallón de la diosa protectora de barcos, colgada en una olvidada cruz en aquella playa solitaria en memoria de los desaparecidos del puerto.

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