Aquella noche tuve una de las sensaciones más extrañas.
No creo que exista palabra para describirla,
más que «extraña».
Como lo normal…
Busqué poner mi oído en tu pecho
para encontrarme
y encontrarnos justo donde ambos estamos, justo donde y como queremos…
Me extrañó aún más
no registrar tus latidos,
hasta que: «¡Bum!»
Y silencio…
…
¡Bum bum!
Y más silencio…
…
Asustada, miré tu rostro dormido.
Noté que respirabas,
pero ¿y tu corazón?
Ya no hablaba.
Coloqué mis manos sobre ti,
seguías tibio, caliente…
Diría que ardías.
Esa noche fue terrible.
No quise despertarte,
pero tuve que abrir tu pecho.
Encontré tu corazoncito frío,
ya casi no quería latir.
Tú seguías allí acostado,
respirando,
y yo sentada a tu lado
con tu corazón en la mano…
Procedí a reanimarlo
con tal sutileza,
con el cariño y la paciencia con la que nos tratamos siempre…
¡Bum bum! ¡Bum bum!
Comenzó a latir otra vez
Suavemente, lo volví a colocar en su lugar.
Cerré tu pecho.
Ni te inmutaste.
Fue raro.
Verte ahí.
Y ver tu corazón en mis manos.
Tu tórax quedó intacto.
Todo vos quedaste como nuevo.
Como si nada hubiera pasado.
El tema fue, la mañana siguiente…
Cómo explicar tanta sangre…
Sin siquiera un rasguño de mi parte.
OPINIONES Y COMENTARIOS