Un país situado en el centro de Sudamérica.
Podría decirse incluso qe es el corazón de la región, aunque no mucha gente lo registre, ya sea porque es pequeño, quizá también porque resulta poco relevante en los menesteres internacionales, o bien porque cuesta publicitar su cultura más profunda y arraigada.
Una de las pocas maneras de saber algo de esta zona son los indígenas, sobre todo las llamadas cholitas, unas mujeres más bien de tez morena que utilizan polleras largas y sombreros negros —que a veces tienen variaciones hacia el gris o el café—. Si esto todavía no despierta reconocimiento, las describo más a detalle: también lucen dos largas trenzas que muchas veces generan discusiones sobre qué tanto es suyo y qué tanto es una bendición en forma de peluca. Visten, además, un “atado”, una suerte de manta que amarran a la espalda para llevar todo lo que a uno se le ocurra. ¡Hasta sirve para cargar pequeños bebés con un talento y una facilidad dignos de admirar!
Las cholitas son casi lo único que la gente foránea reconoce de este país. Casi. El otro elemento diferenciador, que ya lleva dos décadas, es su estimado expresidente, Evo Morales. También de ascendencia indígena, este sujeto ha situado un pelín más a Bolivia en el marco internacional; sin embargo, describir lo que han sido estos últimos 20 años de sus andares “juveniles” y completamente fuera de lugar significaría perder el hilo de esta historia.
Entonces a lo que íbamos: los mitos que son verdad.
El cementerio de elefantes.
¿Qué pasa por la cabeza cuando uno escucha esto? De repente, puede cruzarse por la mente de quien es más letrado que esto tiene que ver con la mitología africana y el mito popular de que los elefantes escogían ciertos lugares para pasar sus últimos días. Y sí, el cementerio de elefantes de Bolivia tiene que ver con muerte, pero no precisamente de animales.
Este lugar es clandestino: una suerte de hotel —cuyo paradero pocos conocen y del cual pocos salen— donde la gente va a morir, en una instancia que poco tiene que ver con encontrar la luz de manera fácil, rápida e indolora. A estos sitios recurren, sobre todo, indigentes, bebedores o marginados que perdieron la esperanza en esta vida y sienten el abandono de la suerte. Esta es su última jugada. Aquí son dueños de su destino y desventura.
No hay injusticias. No hay más sufrimiento. Ellos toman su decisión para decir adiós.
El método
Su método de despedida es sencillo, pero no por ello menos lúgubre. Voluntariamente, estas personas llegan al lugar, donde pueden o no encontrarse con más desgraciados que comparten el mismo sentimiento. Una vez decidido su destino, quienes administran estos sitios los encierran en un cuarto, los abstraen de la realidad y les quitan la noción del tiempo para luego proporcionarles alcohol puro, un poco de agua y “yupi” (un saborizante artificial para disimular el sabor y olor de la bebida).
Parece novelesco, y de hecho lo es: la historia de estos locales fue relatada como anécdota en un cuento corto —y dicho sea de paso, biográfico— del escritor boliviano Víctor Hugo Viscarra y también fue retratada en una película que lleva el nombre de «Cementerio de los elefantes».
Sí existen. No son relatos inventados por las mentes más creativas del país. Es más, en las noticias se ha dado cuenta de los terribles sucesos ocurridos en estos antros, que siguen funcionando a pesar de que las autoridades tienen pleno conocimiento de los mismos. En este caso, la frase “beber hasta morir” se vuelve horrorosamente cierta.
Pero no todo es muerte y dolor en Bolivia.
También existe la fiesta, el descontrol y ella:
La invitada de honor
la dama blanca, la que alegra y vuelve la juerga más divertida. La que solo engalana con su presencia a los visitantes con otro código postal: la cocaína de Ruta 36.
En el altiplano, específicamente en La Paz, este bar es solo un susurro entre los lugareños, un rumor que corre pero del que nadie tiene certeza. Para los extranjeros y turistas aventureros, ávidos de experiencias extrasensoriales, es una realidad. Los bolivianos no pueden entrar a este lugar porque, según el dueño —entrevistado en un documental de Vice que investigaba justamente su existencia—, quiere “cuidar a su población” de esta droga. Qué gentil de su parte. Se lo agradecemos.
En todo caso, los forasteros, para él, son harina de otro costal. Los fieles siervos y servidores del local se ganan el amor y respeto eterno de sus visitantes ofreciéndoles cocaína por gramo en una bandeja de plata. También se puede consumir alcohol, pero ese no es el invitado principal para este tipo de ocasiones. Las fiestas pueden durar días. Quién sabe… Lo que sí sabemos es que, si no es el único, es uno de los pocos lugares donde el menú de servicios ofrece “variedades o cantidades de cocaína” en lugar de opciones de cócteles y comida.
Encontrando Ruta 36
Si tienes la mala suerte de ser boliviano y además consumidor, no encontrarás el lugar nunca. O bueno, casi nunca. Si sabes moverte y preguntar bien —tal vez a dueños de hostales del centro de La Paz o a taxistas, que son quienes más conocen la movida nocturna—, quizá tengas la suerte de encontrar el lugar. Pero ¿entrar? Difícil.
Más complicado aún porque el dueño, en la misma entrevista de Vice —a cara descubierta y con una impunidad escalofriante—, asegura que va cambiando de local cada seis meses para evitar clausuras. Aunque claro, a riesgo de entregar datos ficticios, puedo casi asegurar que la policía está en conocimiento de este bar y, sí, recibe alguna tajada de este rentable negocio.
La realidad supera la ficción
Las leyendas en Bolivia no son sucesos fantásticos transmitidos por tradición. No son historias inverosímiles por lo descabelladas que suenan. Aquí, la realidad supera a la ficción.
De hecho, podría seguir con otros cuentos que narran quienes han vivido más, o tomar prestados los párrafos mal escritos pero fantásticos de Viscarra. Aquí hay historias, y por montones. Pero nadie se da el tiempo de contarlas, investigarlas y sacarlas a la luz.
Claro, algunas son más tristes y tenebrosas, otras sorprendentes y coloridas.
Pero todas, sin dudas, son dignas de ser contadas.
Bolivia es leyendas, cultura y tradición. Folclore, mito y mística. Bolivia, es mágica y también misteriosa. Este país, lo tiene todo.
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