Qué ganas de darme vuelta a mitad de la noche y encontrarte ahí, al lado mío. Sentir tu respiración tranquila, tu cuerpo tibio cerca del mío. Qué ganas de que el insomnio se calme con tu presencia, de que el mundo se detenga por un instante en esa certeza silenciosa de saberte cerca. Pero no. No estás. Y sé, con todo el peso de la verdad, que no vas a estar.

Es un deseo profundo, visceral. Un anhelo que me atraviesa el pecho, que me aprieta el alma cuando cae la noche y el silencio se vuelve insoportable. Esa sensación de vacío, de no ser suficiente. Ese nudo que se forma en el pecho cuando una vez más la historia se repite: me entrego, me ilusiono, y me quedo sola.

Y me lo pregunto, aunque ya no espero respuesta: ¿por qué no me elige? ¿Qué tengo de menos? ¿Qué me falta?
Otra vez soy yo, con el corazón hecho añicos, recogiendo los pedazos con la dignidad que me queda y esas ganas locas —casi irracionales— de seguir creyendo en el amor.
Porque sí, me enamoro de verdad. De esas veces que te brillan los ojos, que te cambia la voz, que darías todo por ver feliz a esa persona. Me enamoro con el cuerpo, con la piel, con los sueños. Y me quedo, aunque me cueste, aunque duela.

Y ahí vuelve la misma frase de siempre, como una caricia tibia que no alcanza: “Sos muy buena, el mundo sería mejor si todos fueran como vos.”
Y yo sonrío. Claro. Gracias. Pero por dentro grito: “No quiero ser buena, quiero ser amada.”

Porque ya no me basta con ser la que comprende, la que escucha, la que espera. Estoy cansada de ser esa «chica buena» que todos valoran pero nadie elige. Esa que siempre es «demasiado» algo o «no lo suficiente» de otra cosa.

Pero aun así… no me rindo. Porque hay una parte de mí, una pequeña llama que se niega a apagarse, que me dice que en algún lugar hay alguien que va a ver todo esto —todo lo que soy— y va a querer quedarse. Que no va a huir de mi intensidad, ni de mi ternura, ni de mis ganas de amar hasta el hueso. Que va a elegirme. Y esta vez, de verdad.

Y hasta que eso pase —porque sé que va a pasar— voy a seguir siendo yo. Con el corazón sensible, con las manos abiertas, con la esperanza intacta, aunque a veces tiemble. Porque prefiero seguir apostando al amor antes que encerrarme en el miedo.

Sí, soy la chica buena. Y aunque eso no me haya traído el amor aún, no voy a cambiarlo por frialdad. Porque un día, alguien va a mirar todo lo que soy… y no va a querer soltarse jamás.

URL de esta publicación:

OPINIONES Y COMENTARIOS