Una persona se fue sin despedirse y yo me quedé con tantas preguntas revoloteando en mi cabeza, esperando una razón, esperando una respuesta. Pero me doy cuenta que está etapa también desaparecerá sin palabras, sin miradas y con la misma frialdad con la que se esfuma la vida en manos del tiempo. Sin ninguna respuesta, tan solo con vacío y soledad.
Los sabios dicen que hay que aprender a soltar aquello que nunca fue, aquellas cosas que hacemos cautivas de nuestras ilusiones. Soltar, dejar ir y vivir, seguir viviendo con todo aquello que nunca se dijo. Es mejor así, que no vuelvan, que no abran las heridas que dejó el silencio. Que no vuelvan, que no arañen la cicatrices, porque ese silencio dolió más que mil puñaladas.
Todas esas noches en las que dormí, pero no descansé porque en sueños me ví siendo el juego, la mofa y la burla de aquello que creí fue real. Por todas esas noches, por todos esos días en los que el silencio le hizo el amor a mi boca y el exceso de pensar me hizo esclava del miedo, por esa pesadilla que viví, vuelvo una vez más al lugar del que salí.
Me veo, me curo, me vuelvo a coser las heridas, a esconder las grietas y una vez más vuelvo a usar mi antiguo disfraz, ese que dejé tiempo atrás, jurando no volver a usar. Vuelvo a ser lo que me mantuvo con vida. La gente que solía estar alrededor se espanta, tiene miedo, así como antes, así como siempre debió ser.
Y vuelvo a la sangre, las parálisis del sueño, las pesadillas y la siempre enfermedad. Vuelvo al viejo camino de la autodestrucción, ese que estuve a punto de terminar de andar hace cuatro años, Pero que abandoné en pos de un breve destello de luz, esa luz que fue falsa.
Y vuelvo vistiendo de cierzo, esta vez para finalizar lo que dejé, porque no hay nada más exquisito que hacer el amor con el dolor, dejarse llevar por el éxtasis del placer de arrancarse la piel, besar la sangre y clavarse las uñas al pecho hasta llegar al débil corazón latiendo, sacarlo y tragarlo. Hay que tragarse las ilusiones rotas, hay que tragarse las mentiras, hay que digerirlas, asimilarlas y volver a ser. Solo así, solo rompiéndose a uno mismo se puede volver a repararse más firme, mejor, dejando muy lejos aquello que dolió.
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