Tu perdiste

Tu perdiste

Aristella

11/07/2025

¿Y si toda tu vida te entrenaron para salvar a alguien… pero ese alguien ya no quiere ser salvado?

Es curioso pensar en ello. Digamos que nuestros padres siempre resaltaron que tú y yo debíamos estar juntas siempre, mantenernos unidas, profesar una relación de hermanas como nuestra propia religión. Sí, yo sé que ellos pusieron más presión en que tú me cuidaras a mí. Tú fuiste la más «perfecta» de entre nosotras dos, siempre la de primeros lugares, la que no se quiebra, la hija que sabe hacer todo, la que nunca salía. En lo personal, fuiste la persona que más envidié; quería ser como tú, quería poder tener esa luz sobre mi cabeza y tener el orgullo de ver a mamá y saber que lo logré, tal y como tú lo hacías en aquellas edades de infantes. Viendo hacia atrás, creo que lo tuyo no era orgullo, era una pequeña salvación: saber que eras valiosa.

Aún recuerdo cuando mamá peleaba con papá. Nuestro padre, un hombre bueno pero insensible; y nuestra madre, una mujer consumida por una tristeza impalpable. Ellos eran llama y cigarro. Planteando este escenario, nosotras no éramos nada más ni nada menos que quienes fumaban sin arrepentimientos estos cigarros. Aquel día, nuestro padre se fue al trabajo con aquella expresión de furia característica por sus cejas pobladas que parecían unirse, resultado de otra de las súplicas de mamá para que dejara de trabajar o, probablemente, harto de que mamá pidiera más migajas para evitar fragmentarse más de lo que ya estaba. Aquel hombre inundó la sala de su característico perfume a cítricos añejos, el cual siempre me embriagaba el olfato, deseando solo que saliera del lugar para no matar a mis fosas nasales. Nos despidió con un beso en el cachete, como todos los días, tú en aquella habitación que te mantenía esclava en temporada de parciales y yo en el sillón, recostada, observando la escena.

Al ya no estar papá, además de salir aquel insoportable aroma, sale un espectro frágil al que conocíamos como madre, cautivo en su habitación tras el ciclón que acaba de salir. Esta se dirige a tu habitación y solo escucho los sollozos de ella. Por supuesto, me acerqué cautelosa, por miedo a recibir un regaño, porque sabes que mamá siempre odió meterme en asuntos de «adultos». Pero ¿no eras tú también una niña? Son el tipo de cosas que no tenían sentido en este lugar.

Al entrar en aquella habitación celeste, iluminada por el foco en la pared, se podía notar a madre sentada en una silla, llorando, contándote todo lo que sucedió. Tú, con esa mirada de cansancio y estrés dirigida a tus libros, seguías con el resaltador en mano, pero sin subrayar nada. Eras rara. Mamá solo se quejaba de papá contigo, comentaba y resaltaba que no lo entendía, no podía creer cómo era papá de egoísta. ¿Acaso ella no era igual?

Te observo de nuevo, y mientras le acercaba un vaso de agua a mamá, quien estaba sentada detrás de ti, solo podía observar cómo lágrimas caían de tu rostro, pero no hacías ningún sonido. Estabas como estatua al caer la lluvia, inmóvil. Tenías la tempestad a tu alrededor y tú solo podías quedarte quieta. Confieso que había veces que tenía ganas de abrazarte para solo quedarnos en silencio. Ante estas escenas eran mis más íntimos pensamientos, pero ¿cómo podríamos tener ese tipo de relación? ¿Cómo podría acercarme más a ti sin hacer que te desgastaras más?

Mamá se acercó a ti y te abrazó. Yo solo podía sentirme una espectadora ante aquella escena. Mamá te abrazaba entre lágrimas, buscando el consuelo de una amiga. Es irónico, ¿no crees? Ella se alejó tanto del mundo por esta «familia» a la cual ahora culpaba de su soledad. Tú solo sonreíste, le recibiste el abrazo, no articulaste palabra. Solo quedó tu rostro en el hombro de mamá, sonriendo. Cruzamos miradas, algo que hacíamos muy pocas veces, pero tu rostro era sublime, tu expresión, como siempre, indescifrable, que confieso temía cada vez que la presenciaba. Observaba tu frente con aquella sutura que te hicieron en el hospital después de que mamá te lanzó un plato aquel día. ¿La razón? Estúpidamente sacaste un 9 en geografía. ¿Quién saca un 9 en geografía? Tú, la hermana perfecta, no podías permitirte tal número en aquella boleta. Tus ojos chocando con los míos, aún llorosos y cristalizados, pero parecían pedir ayuda a pesar de saber que yo nunca podría intervenir. Tu sonrisa, que siempre hacías cuando mamá o papá te regañaban. Siempre me pregunté: ¿qué era lo gracioso de ser regañada? Siempre fuiste y eres el misterio más curioso y emblemático de ese lugar para mí.

Esta escena se repitió en años posteriores, alternando el sillón de tu habitación para mamá y aquella banca con cigarros para papá.

Ahora estás allí encerrada con un doctor de la mente, también les llaman «psicólogos». Te diste cuenta, ya a tus 32 años, que estabas más agrietada que mamá y papá juntos. Yo diría que ya ni siquiera eras un cúmulo de pedazos. Para mí, ya eras polvo. Papá y yo, sentados en aquel sillón esperando tu salida, la cual siempre estaba acompañada de lágrimas secas. Papá quizás nunca lo notó, por su propia naturaleza, pero yo ya lo sabía: ya estabas muerta. Ya habías dejado este mundo hace tiempo. Ya no estabas con nosotros desde que no hacías más que lo que se te pedía.

Volviendo a la cuestión antes planteada. Tú fuiste entrenada para salvar esta familia, con el costo de perderte a ti. Ahora no puedes salvar a nadie. Mamá murió hace ya 4 años. Papá, como siempre impenetrable, mantenía aquel caparazón conteniendo sus sentimientos, como siempre. Y yo no quiero que me salves. Quiero que te elijas a ti, como siempre elegiste reparar todo. Me gustaría ver una escena donde tú seas genuinamente feliz, donde aquel hilo que estaba en tus labios para sonreír para el público se caiga y tú seas quien tenga su propia sonrisa. Ya ni siquiera eso: que estés tranquila.

Sin embargo, supongo que tu auto salvación era seguir aquel papel que se te dio. Ahora no puedes ser salvada, y no puedes salvar.

Es una tragedia sublime, querida hermana. Perdóname por no amarte y no sacarte junto a mi bajo la lluvia por que mientras yo podía jugar bajo la lluvia, tú no podías por «ensuciarte» y hacer enfurecer a mamá, quizás en nuestra otra vida si logremos tener ese tipo de relación, una relación de hermanas.

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