Respira la toxina de su vicio; bajo la bruma pálida del crepúsculo, se envenena de berrinche.

Ríe en la quimera, pues las larvas sueñan sus cantares y los inanimados se hastían de escucharlo. 

Crecen de anginas, ardor de tiniebla, porosas tristezas. Ella exhala la helada de mi invierno; febril cuna, mi tormento. 

Su voz de tambor confiesa: “¡Lumbre!”. Y mi rostro helado, porqué de la tibieza de mi cuerpo siento frío.

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