A lo largo de la vida, nos cruzamos con muchas personas. Algunas llegan para quedarse, otras se van tan rápido como llegaron. Pero hay momentos en los que uno se detiene y se pregunta: ¿Estoy rodeado de relaciones que me suman o que me restan?
Con el tiempo entendí que las relaciones sanas no aparecen por casualidad. No tienen que ver con suerte ni con lo que el destino decida darnos. Se construyen desde lo que somos y desde lo que creemos merecer.
Una relación sana no es perfecta, pero sí es real. Es esa conexión que se siente liviana, donde no hace falta fingir ni medir cada palabra por miedo a una explosión de la otra parte. Es ese espacio donde podés ser vos mismo sin miedo a ser juzgado, donde la admiración mutua se nota en cada conversación y donde el respeto no se exige, sino que fluye de forma natural.
Las relaciones sanas se sienten en el día a día, en los gestos, en las miradas, en la honestidad de poder decir lo que pensamos sin miedo a perder al otro. Son esos vínculos que nos invitan a crecer, que nos impulsan a ser mejores, que se convierten en refugio y en impulso.
No siempre es fácil reconocerlas, porque a veces venimos de historias donde el amor dolía y pensamos que eso era normal. Pero cuando aprendemos a identificar lo que nos hace bien, también aprendemos a atraerlo.
Porque atraer relaciones sanas empieza con uno mismo. Con la forma en que nos tratamos, con las palabras que nos decimos en silencio, con el respeto que nos damos en cada decisión. Atraemos lo que creemos merecer, y cuando entendemos que merecemos relaciones que nos nutran, dejamos de conformarnos con menos.
Hoy puedo decir que una relación sana no es aquella donde todo es fácil, sino donde todo se habla. Donde no se compite, sino que se acompaña. Donde no se hiere, sino que se cuida.
Y en un mundo que va tan rápido, donde las relaciones muchas veces se vuelven desechables, elegir construir algo sano, sincero y profundo es, quizás, una de las mayores valentías que podemos tener.
“Y sobre todas estas cosas vestíos de amor, que es el vínculo perfecto.”
— Colosenses 3:14
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