
Cadáver exquisito (2017), de Agustina Bazterrica, es una novela distópica que explora los límites de la moralidad en una sociedad donde la crueldad institucional se ha normalizado. A través de personajes como Jazmín, quien representa a las víctimas de un sistema que despoja a los seres humanos de su dignidad, Bazterrica construye una crítica contundente al consumo desmedido y al poder corporativo. En este texto, no sólo se cuestionan nuestras prácticas actuales, sino que también se lanza una advertencia sobre las consecuencias de tolerar la deshumanización. Esta reseña busca difundir el mensaje central de la obra y generar conciencia sobre los peligros de aceptar la crueldad como parte de la vida cotidiana.
Una de las formas más perturbadoras en que Agustina Bazterrica construye su crítica social en “Cadáver exquisito” es mostrando cómo el lenguaje puede ser manipulado para encubrir la violencia más extrema y naturalizarla dentro de una estructura sistémica. En una sociedad donde el canibalismo ha sido legalizado, las palabras que designan el horror son prohibidas, borradas del discurso oficial: “Nadie los llama así, piensa, mientras prende un cigarrillo. […] Asesinarlo sería la palabra exacta, pero no la permitida” (Bazterrica, 2018, p. 10). Esta afirmación expone una realidad en la que nombrar lo evidente puede convertirse en un acto subversivo. El silencio impuesto demuestra hasta qué punto el lenguaje construye la moralidad. La autora denuncia una sociedad anestesiada, donde los términos eufemísticos permiten a los sujetos participar en crímenes sin culpa. Así, la violencia no desaparece: se disfraza. Asimismo, Bazterrica representa una deshumanización absoluta del ser humano al introducir una lógica de producción que transforma cuerpos en mercancía. En una escena brutal y reveladora, se describe: “Los corrales estaban llenos de cuerpos que se movían al unísono, reducidos a un número, a un código de barras tatuado en la piel” (Bazterrica, 2018, p. 67). La imagen recuerda los mecanismos de control de los campos de concentración o las fábricas modernas, donde lo humano es suprimido por completo. En esta distopía, ya no se necesita justificar el dolor: el sistema lo integra como parte del proceso, lo verdaderamente aterrador no es solo la práctica, sino la naturalidad con la que se lleva a cabo. Los inspectores no son sádicos, son indiferente, está indiferencia sistemática es, quizás, la forma más avanzada de violencia.
A medida que esta historia va avanzando podemos ver un mundo que se oscurece cada vez más y más donde los altos mandos son los que gobiernan y los que deciden, un mundo donde la obsesión por la perfección y la manipulación genética ha degradado la identidad humana. En un fragmento cargado de tristeza y denuncia, se dice: “En algunos países los inmigrantes empezaron a desaparecer en masa. Inmigrantes, marginales, pobres. Fueron perseguidos y, eventualmente, sacrificados” (Bazterrica, 2018, p. 82). El verbo “sacrificar” no es casual: remite a rituales antiguos, pero aquí se emplea con frialdad industrial. Bazterrica nos enfrenta a una sociedad que convierte la desigualdad en política de exterminio. El intento de Marcos por “olvidar” con el agua no es más que una metáfora de nuestra propia voluntad de mirar hacia otro lado. Pero los recuerdos, como la historia, permanecen. La autora nos invita a cuestionarnos ¿Qué vidas consideramos valiosas y cuáles descartables?. De hecho, se vuelve aún más perturbador el cambio progresivo del protagonista. Marcos, quien al inicio parece resistirse al sistema, termina integrándose a él, aceptándolo y finalmente sacándole provecho. Esta transformación se evidencia en una de las escenas más brutales del libro: “Le pega en el frente justo en el centro de la marca de fuego. […] “Tenía la mirada humana del animal domesticado” (Bazterrica, 2018, p. 115). La mirada de Jazmín, símbolo de una humanidad aún viva, representa una amenaza en un mundo donde la empatía ha sido eliminada. No es el odio el motor de esta acción, sino la aceptación racional de una lógica que exige la negación total del otro. El protagonista, ya completamente integrado al sistema, actúa con la misma frialdad que antes criticaba. De esta forma, Bazterrica muestra cómo incluso quienes parecen resistir, pueden terminar cediendo ante un entorno que normaliza el horror. La distopía se revela no como una fantasía lejana, sino como un reflejo incómodo de cómo, ante la presión social y el miedo, podemos justificar lo injustificable.
Bazterrica no solo plantea una crítica al consumo extremo, sino que también desnuda los mecanismos del poder que transforman la violencia en rutina. La figura de Jazmín representa el punto más crudo de esta deshumanización: un cuerpo funcionalizado, una vida que se mide solo por su utilidad. Esta distopía sirve como advertencia sobre cómo los discursos dominantes pueden moldear nuestras percepciones hasta volver aceptable lo inaceptable. Frente a esta lógica perversa, la única resistencia posible radica en la capacidad de reconocer al otro como sujeto, en la fuerza de una palabra que no repita lo establecido, y en la memoria como acto de rebeldía ante el olvido institucionalizado.
En conclusión, Cadáver exquisito
es una obra impactante que logra exponer, a través de su narrativa perturbadora y personajes desgarradores, las consecuencias de normalizar la crueldad institucional y la deshumanización. Esta reseña ha buscado destacar cómo la autora nos confronta con nuestras propias contradicciones como sociedad, especialmente en torno al consumo y al poder. En términos generales , la obra nos dejó una sensación de incomodidad e introspección que persiste mucho después de haber terminado de leerla, lo que creo que es una de sus mayores fortalezas. Recomendamos ampliamente este libro, no solo por su trama provocadora, sino también porque invita al lector a cuestionar los límites de la ética y la humanidad en un mundo que, tristemente, no parece tan lejano al que Bazterrica plantea. Es una lectura que sacude y transforma.
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