Decimos que no somos nada, pero los amigos no se ven así.
Cuando la vida nos pone en pausa, aún sé que me tienes en tus pensamientos, aunque no lo digas.
Lo negamos, lo guardamos, pero a veces se escapan los momentos, las sonrisas, esas conversaciones que parecen no importar, pero que son las que más dicen.
Decimos que no somos nada, pero tú y yo sabemos que no hay nada más real que lo que compartimos sin palabras.
Nos decimos «nada», pero los recuerdos siguen ahí, flotando, esperando el momento para salir a la luz. Es en los gestos, en las bromas internas, en las miradas que dicen todo cuando ni siquiera tenemos que hablar. Sabemos que no somos nada, pero ¿quién necesita más etiquetas cuando la conexión es tan simple, tan natural?
A veces nos hacemos los duros, fingimos que lo dejamos atrás, pero en el fondo, aunque digamos «no somos nada», la amistad se lleva a cuestas, en silencio, sin pedírselo. Porque lo que somos realmente no se puede definir en una palabra. Lo que somos, lo sabemos, aunque no lo digamos.
Es como si, al decir «nada», estuviéramos diciendo «todo» al mismo tiempo. Esa es la magia de lo que compartimos, que no hace falta ponerle un nombre. En la sencillez de un “hola” o en esos momentos donde las horas se pasan volando sin que nos demos cuenta, ahí es donde realmente se construye lo que somos. Somos más que las etiquetas, más que las definiciones que los demás intentan darnos. La realidad está en los detalles, en los silencios cómodos, en las risas que nos hacen olvidar el mundo.
Aunque digamos que no somos nada, los demás pueden vernos de esa manera, pero nosotros sabemos que hay algo que no se puede negar. Es ese tipo de conexión que no se mide por la cantidad de veces que nos vemos, sino por lo que sentimos cuando lo hacemos. Y aunque la vida nos ponga en diferentes caminos, aunque no siempre estemos al alcance de un mensaje, siempre estaremos ahí, como si nada hubiera cambiado.
Así que sigamos diciendo que no somos nada, pero en el fondo, tú y yo sabemos que no necesitamos más. Nos basta con saber que, sin palabras, somos capaces de sostenernos mutuamente, aunque nadie más lo vea. Porque en este viaje, ser nada, a veces, significa ser todo.
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