La noche que eligió el amor

La noche que eligió el amor

Verba Volant

02/07/2025

Tito vivía en la calle de los marginados, con un perro que no tenía nombre, pero sí mirada fiel y que caminaba siempre a su lado. Compartían cartones, hambre y esas pocas horas de sol que parecen durar menos en invierno. No tenían nada, salvo uno al otro.

Una noche, el frío llegó con fuerza. Los autos humeaban indiferencia y la ciudad se hacía piedra y neblina. En un paradero, ofrecieron a Tito un lugar para comer y dormir. Pero con una condición: su perro no podía entrar.

Tito miró al animal que nunca lo había dejado solo, ni cuando los días dolían. Y dijo: “Si no entra él, tampoco entro yo.”

Se sentó bajo una marquesina rota, abrazado a su perro. El frío calaba, sí, pero no tanto como el abandono.

Esa noche, mientras la ciudad dormía en su indiferencia, Tito susurró una canción. Tenía voz temblorosa y apagada, pero el alma firme. Cantó “Canción para mi muerte” de Sui Generis, como si cada verso fuera una forma de hacerle espacio a su memoria, de preparar la cama para dos.

“Estoy buscando el fuego que me saque de este frío…” murmuró, y el perro lo abrazó con la mirada.

A la mañana siguiente, el perro ladró al movimiento de la ciudad. Tito no respondía. El frío había hecho lo suyo. Pero nunca estuvo solo.

Desde entonces, se dice que en las  noches heladas, hay un punto en la ciudad donde un perro mira al cielo. Y algunos sienten que la lealtad todavía respira, aunque sea al costado del mundo.

Cuando el amor se enfrenta al invierno del mundo, no siempre sobrevive, pero nunca, nunca

se olvida.

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