Hoy el tren no llegó.
Las calles están llenas, pero nadie se ve.
Todos apurados, con auriculares y un muro en la piel.
Un “buen día” parece sospechoso.
Allá va ella, cargando bolsas y la deuda eterna que el mundo tiene con su historia.
Allá va él, con un traje que no le alcanza para disimular el miedo.
Y yo, que miro,
con el ego afilado y la conciencia empañada.
La miseria no siempre es hambre
a veces es indiferencia,
otras, la certeza de que no vas a cambiar el mundo,
y aún así no haces nada.
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