Si tuviera que decir en qué momento se torció el día, diría que fue cuando Madre me dijo que no había visto al gato en toda la mañana y que saliera a buscarlo al jardín.
Esto para mí era toda una aventura, puesto que apenas salía de la casa si no era para cuidar del pequeño huerto que tenía en la parte trasera. Hacía una mañana agradable a principios de junio, lo suficientemente engañosa para pensar que la brisa era fresca, pero también capacitada para hacerte sudar con cualquier pequeño esfuerzo.
Diría que la gota de sudor que recorría mi espalda era producto del clima de junio, pero yo sabía que pisar el jardín siempre era motivo de ansiedad para mí. El viejo Sr. Porter, nuestro gato, campaba muy a menudo a sus anchas en el jardín, se iba por las noches, volvía cuando quería, a veces hasta con alguna herida de guerra, pero a él nunca lo reñían de verdad. A efectos prácticos yo parecía la señora del minino, buscándolo tras una noche de farra.
Busqué cerca del gallinero primero porque sabía que le gustaba husmear siempre por allí. Parecía sentirse poderoso vigilando a las aves del corral o eso es quizás lo que yo pensaba… No negaré que en muchas ocasiones me había sentido como aquellas gallinas, solo que en lugar de poner huevos, yo subía al segundo piso de la casa a escribir poemas.
El Sr. Porter no había dejado ni rastro, aunque sí pude ver que había dado cuenta de las sobras que mi hermano le había dejado en el lateral derecho de la vieja casa antes de irse a trabajar. Así que aquella mimada bola de pelo nos había visitado por la mañana para no faltar a su desayuno. Quería al dichoso animal, pero también lo envidiaba por sus idas y venidas. Era como un actor de teatro que entraba y salía del escenario de nuestra casa a su antojo y yo solo una actriz atrapada en el papel de buena hija.
Madre dio unos golpes en la ventana y me hizo señas, dando a entender que todavía no había ido a mirar en la arboleda. Su semblante, como siempre rígido y vagamente expresivo, me observaba sin perder ojo a mis movimientos. Dejando a mi espalda la casa para dirigirme hacia los arces que decoraban nuestro jardín, todavía podía sentir su mirada clavada en mi cuerpo.
El bandido del Sr. Porter estaba lamiendo sus rayadas patas en una de las ramas con total parsimonia. Al acercarme me miró fijamente con sus grandes ojos, parecía el famoso gato de Cheshire de Alicia en el País de las Maravillas. Antes de pretenderlo siquiera, estaba trepando para alcanzarlo y sentarme a su lado como tantas veces había hecho. Ya no era tan ágil como cuando era pequeña, por un momento me sentí absurda, pero al contemplar la campiña más allá de la valla de nuestra casa supe que había valido la pena.
Fue entonces cuando Madre salió al porche haciendo rechinar la puerta de entrada. Hasta ese momento no lo contemplaba, pero su presencia se convirtió en una advertencia más clara. No hacía falta ninguna palabra, entonces lo entendí. A veces los adultos con sus miedos piensan que no nos damos cuenta, pero yo ya no era una niña a pesar de lo que ella pensara.
La vi desde la rama, sola, custodiando la casa que perteneció a sus padres y antes a sus abuelos. Custodiaba un legado que jamás se atrevió a abandonar. Al otro lado del jardín, yo, subida a la rama de un árbol, joven, viendo más allá de los límites de su casa.
Sostuvimos la mirada unos segundos interminables. El Sr. Porter saltó con gracilidad al otro lado de la valla y me miraba esperando una decisión. El jardín, la antesala de dos mundos que aguardaban mi respuesta, parecía estremecerse con el viento que agitaba las ramas de pronto.
Sin ser plenamente consciente de lo que hacía bajé a tierra en busca del gato, pero una nube de polvo en el camino anunciaba la llegada de un coche por el camino. Contra toda lógica, el vehículo de mi hermano se acercaba desde la lejanía, como unas tijeras cortando por la línea de puntos, haciendo inservible cualquier parte del mundo que no fuera mi casa.
Aquella mañana había puesto solo un pie más allá del jardín, pero mi mente había conseguido volar muchas millas más a través de los bosques y los campos.
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