Últimamente me siento algo perdido, como una brújula sin su norte, una nave a la deriva en un mar sin estrellas. Las cosas se me escurren de la memoria, algunas me dejan perplejo, otras me aturden. Me siento blando, acuoso, lento, como si la vida misma me diluyera día a día, gota a gota.
Juego a escribir mis sueños cuando los tengo, y también las pesadillas. A veces, los comparo, buscando un patrón, un hilo invisible que los una, un indicio de si acaso juegan a intercambiarse, a confundirse en el vasto territorio de mi memoria.
Realmente, si soy sincero, la verdad es que intento anotarlo todo. Quizás sea por una desconfianza profunda en la propia memoria, por el miedo inherente al olvido, o incluso, a veces, por un matiz de cinismo o indiferencia ante la vida misma. No vaya a ser que, por descuido, olvide algo verdaderamente importante y luego lo lamente, que un trozo esencial de mí se pierda para siempre en el abismo del tiempo.
Siento como si la memoria, con una voluntad propia, quisiera jugarme una mala pasada, aliándose con mis viejos rencores, solo para observar mi reacción y forzarme a empezar de nuevo, a reconstruirme desde cero. Por eso sigo escribiendo todo, todos los días, repasando cada palabra, cada frase, en un intento desesperado por no olvidar aquello que bajo ningún concepto quiero que se me escape.
Y sigo escribiéndolo todo, con una fe casi religiosa en el papel y la tinta, no vaya a ser que, por desidia, por simple abandono, olvide algo importante que no debía olvidar.
Los días pasan, las horas corren y se escurren, convirtiéndose cada minuto en palabras, en versos errantes, en poemas mal construidos, en renglones torcidos que atiborran, uno tras otro, las hojas de mi diario, la cartografía de mi vida, el implacable calendario de mi existencia.
Y sigo escribiéndolo todo, no vaya a ser que, por despistado, por una distracción fatal, olvide algo importante que no debía olvidar. Las emociones, antes tan vivas, se van diluyendo en cada palabra escrita, como el azúcar en cada café, desvaneciéndose sin dejar rastro. La ansiedad, sin embargo, se agolpa, crece cual represa a punto de estallar, una presión constante en el pecho que apenas puedo contener.
Y sigo escribiéndolo todo, no vaya a ser que olvide algo importante que no debía olvidar. Y mientras lo hago, el tiempo pasa sin tregua. Yo, que antes era verano, me convierto en invierno, sin siquiera la gracia de ver el otoño pasar. Las canas asoman, el pelo se ralea, y la edad, silenciosa pero implacable, me alcanza sin que me dé cuenta de su pasar.
Y sigo escribiéndolo todo, no vaya a ser que olvide algo importante que no debía olvidar. Mientras tanto, insisto en robarle horas a la noche, negándome a dormir, rascando el insomnio con la punta de la pluma, evitando acostarme y así quedarme dormido, no sea que al despertar descubra que los sueños de antes, esos compañeros fieles, hicieron maletas y ya no están más. Se llevaron consigo la ofrenda de otros días, días mejores, nuevas promesas, nuevas posibilidades.
Y sigo escribiéndolo todo, no vaya a ser que olvide algo importante que no debía olvidar. Pero, al escribir y escribir, en ese acto compulsivo, me doy cuenta de que me olvido de lo esencial: me olvido de vivir. Y esjusto allí, en ese instante de lucidez dolorosa, que dejo de escribir, que la pluma cae de mis dedos, y entonces, solo entonces, empiezo a olvidar de verdad.
Una lágrima se asoma por mis mejillas y, conteniendo el aliento, puedo verlo: el cuarto, mi mesa, la lámpara proyectando un círculo de luz, la ventana que enmarca la noche y el horizonte infinito salpicado de estrellas. El reloj suena, su tic-tac rompe el silencio, y yo, con un suspiro que es mitad alivio, mitad resignación, vuelvo a tomar la pluma y la pongo sobre la hoja de papel y vuelvo a empezar. No vaya a ser que olvide algo importante que no debía olvidar.
OPINIONES Y COMENTARIOS