Haz visto el vacío, lo haz imaginado dentro de ti. Oscilando entre el brillo de la luna que tiembla con las calmas olas. Un movimiento, una acción, un brillo. Con una cerveza fría en la mano y tus codos reposados sobre la barandilla de la parte delantera del barco. Con la algarabía llegando por detrás de tus orejas, subiendo el volumen de tanto en tanto. Las risas, los gritos, las charlas. Todo llegando de un modo aplastado y enmudecido, como si tuviesen todos una palma sobre sus bocas pues priorizas tus pensamientos, deseos. El latir del corazón confuso.
Un leve temblar de dedos tal vez por el frío de la noche o por el ansia danzando dentro de ti.
Te sientes triste, no lo niegas. Aunque todos estuviésen allí, celebrando. No podías fingir más, se te caería la cara y no volverías a ser tú mismo. Estabas mejor fuera y solo, dejando a las expresiones salir, a la mirada caer y tus pasos descuidar.
Juegas un rato con tu aliento que se volvia una pequeña nube personal, como un niño pequeño fascinado por el frío. Una, y otra, y otra vez, era de esos momentos en los que no importaba cuántas veces ni que tan seguido lo hicieras, la bocanada siempre salía con el mismo cuerpo y fuerza. Voluminosa.
Tus ojos, como los de casi todas las personas, tienen un generoso rango de alcance, si de ancho se habla. Puedes, aunque no perfectamente, distinguir si algo se encuentra a tu izquierda y un poco por detrás, o a tu derecha y un poco por detrás.
Así la distingues, con sus cabellos marrones, claros como la piel de un coco, y antes de girar la cabeza observas también una bocanada ajena, más abajo y más a la izquierda, también un poco más pequeña.
Te giras y ves una sonrisa, su sonrisa. Esa que estruja tu corazón como si fuese cruel e inhumana, pero no, claro que no lo es.
Con sus dientes alineados no perfectos pero así únicos y tiernos, que al verlos te daban ganas que te mordiesen y clavasen en ti toda su ternura. Te miran esos ojos como prendidos de ti, como si… Fueses «tú», pero sabes que no eres «tú», y que nunca serás «tú».
Aquellos labios que tratas de no ver batallando con tu voluntad, esos de un rojo discreto, apaciguado, como si fuese pintado con rosas, se abrieron y dejaron salir sonido.
– Hola, hombre solitario y triste, que haces en una barandilla tan… Solitaria y triste? – dice ella molestándote y sonriendo. Está algo ebria, pues los cachetes están rosa, incluso podrías pensar que está enferma, pero no, solo está borracha.
– Hola, mujer borracha y divertida – ríes, y ella también – que hace una mujer borracha y divertida acercándose a un hombre solitario y triste, en una barandilla aún más solitaria y triste?
Ríen un poco más, ella suspira
-Ya, en serio, ¿No quieres entrar? salir un momento ya me hizo sentir dentro de un refrigerador. Debes estar volviendote un cubo de hielo aquí fuera
– Me siento bien aqui, estoy algo cansado, además, si entro el calor corporal del resto hará que mi estructura hecha de hielo se derrita- dices bromeando – y que mi máscara del hombre misterioso, solitario y triste se caiga.
– Ahora eres también misterioso? – responde ella entre una sonrisa
– No lo sé, si quieres que lo sea…
Ríen otro poco y luego los invade el silencio. Bebes lo que queda de tu cerveza, te sientes un poco ebrio, pero casi nada se podría decir.
Rompes el silencio.
– Sé que serán muy felices, debes sentirte… Diferente, casarse debe sentirse diferente.
– Aún no me caso, tonto
– Pero ya sabes que lo harás, pronto
– ¿Que acaso no todo el mundo, que quiera casarse en algún momento, sabe que lo hará? Tal vez no de un modo exacto como lo sé yo, pero en si, saben que pasará
– No creo que sea tan así, tienes que ser afortunado
-Soy afortunada?
-Si, y él es afortunado
– Entre afortunados nos entendemos
Ríes un poco, ligeramente.
Ella continúa hablando con los brazos cruzados, ahora apoyada de espaldas en la barandilla y mirandote.
– Hay que ser más afortunados para elegir bien, pues siempre he pensado que hay dos opciones horribles. Casarte con alguien que te ama demasiado, pero tú no lo suficiente. O casarte con alguien que amas demasiado, pero que no te ama a ti lo suficiente. Pienso que ambas opciones son horribles.
– Y, ¿Cual haz elegido tú?
Ella abre la boca, queda en silencio, desvia la mirada y la dirige a la fiesta. Sientes que haz preguntado algo erróneo. Tratas de arreglarlo
– Esta fiesta es por ti, por ustedes, ¿Sabes? El barco es hermoso, deberías ir y disfrutar con ellos. Él también estará esperándote.
-Le dió mal de mar… o quizá bebió demasiado. Nunca se mide, me preocupe por él, como siempre, y se enojó, como siempre. Decidí dar una vuelta entonces.
El viento sopla sus cabellos mientras se queja, se le posa en la cara, pero ella no los quita, sus ojos se dirigen a ti, como con pena, como con deseo, con una belleza indescriptible que acaricia tu estómago y te hace tragar saliva
Ella rompió el silencio
– ¿Recuerdas la broma de reloj? Cuando cambiaste todas las horas de los relojes y todos nos fuimos a casa una hora antes de lo usual?
-Lo recuerdo aunque haya sido hace tanto tiempo
– Si, yo tambien lo recuerdo, fue la primera vez que hablamos, cuando decidiste contarme esa increíble idea , y la primera vez que me hiciste reír. Ese día no me pregunte por qué, pero ahora me lo pregunto. ¿Por qué lo hiciste? Antes de eso no hacías cosas por el estilo
Su cara se torna sería, la tuya también. Miras sus labios levemente tristes, discretamente, que te piden una respuesta correcta, pero no sabes cuál es. De todos modos, solo tienes una respuesta
– Ese día te vi triste, y algo en esa tristeza que tenías era contagiosa, me sentía triste también yo. Tenía que hacer algo al respecto
– Por tu tristeza o por la mía? – pregunta ella desviando la mirada de ti, avergonzada
– En aquel momento las vi como una sola tristeza.
Ella no responde, pero sonríe levemente. Te mira a los ojos y entonces la miras. Te avergüenzas un poco y ella también. Sientes a la luna, delante de ustedes, alumbrando su cabello, pues le está dando la espalda; y tu rostro, porque la tienes de frente.
Te llena de una calidez indescriptible, una fuerza lunar y marítima, que sostenía tu rostro, uniendo voluntades. Acercas tu rostro al de ella. Ella no se queda atrás y se acerca también, alzando la cabeza, mirando tus labios, casi cerrando los ojos. Tu rostro se relaja, se adormece. Entonces, de imprevisto, sientes su boca en la tuya, aferrándose con paciencia. La besas delicadamente buscando más y más, sentir más y más. Ella separa los brazos cruzados y sostiene tu cara, con ambas manos, tu le rodeas la cintura con un solo brazo. La tienes tan cerca como nunca la haz tenido, sientes su ropa tocarse con la tuya, se apaga el frío, se apaga el fuerte viento, solo queda el calor de su aliento y de su aura, tibia y ondeante. Pasa quizá un minuto, o menos, se separan los labios, y se miran. Ella no quita las manos de tu cara, ni sus ojos de tus ojos, tiene ojos de pena, de tristeza, de alegría, de paz… Te suelta avergonzada, y tú haces lo mismo. Le pides perdón, pero ella te dice que está bien. Está bien, eso dijo ella.
Tienes ganas de más, en tu pecho ruge un león ardiendo con ganas de salir. La miras y te lee la mirada, entonces se abrazan furtivamente, rodeandose. tu te encorvas y ella se alza. Sus labios llegan a tus orejas. Sientes el aire que expulsa por la nariz en tu oreja. Lo disfrutas. Entonces ella te susurra.
– No puedo amarte más de lo que me amas tú a mí, por más que quiera, pues me haz ganado esta vez, y es imposible vencerte.
Te punza el corazón, intentas decir algo pero ella habla primero
– Tienes que encontrarla, a esa que te ame mucho más de lo que tú puedas amarla jamás, aunque quieras con toda tu alma. Para que te sientas impotente, así como yo me siento ahora.
Entonces te suelta, cruza sus brazos de nuevo. Tu no dices nada. Ella solo te mira y lanza una sonrisa bonita. Se va caminando de espalda mientras sacude la mano despidiéndose, se gira y camina normal regresando a la fiesta.
La miras hasta que la pierdes, luego no sabes a dónde ver. Notas algo en el suelo, tu botella vacía que no sabes en qué momento soltaste. La recoges casi sin verla y, estir
ando el brazo cruzando la barandilla, la sueltas y cae al mar. Desaparece de tu vista.
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