Se abre la canción como se abren las heridas:
sin previo aviso, sin anestesia.

Y de pronto, estamos todos ahí,
en ese patio lleno de ausencias,
de amigos que ya no miran igual,
de promesas que se oxidaron con el tiempo.

Pablo no canta una canción,
abre una puerta que nadie quería abrir.
Y al otro lado, estamos nosotros,
recordando esa primera vez que algo se rompió
y no supimos cómo repararlo.

El piano suena como si llorara despacito,
como si cada nota fuera una carta que nunca se mandó.
Y su voz, esa voz rota y valiente,
nos arrastra hasta ese lugar
donde uno se despide sin quererlo,
donde el silencio pesa más que cualquier palabra.

“El Patio” no es un sitio.
Es un estado del alma.
Un lugar que todos llevamos dentro,
aunque lo tengamos cerrado con candado.

Y Pablo, con su música,
es el único que tiene la llave.

URL de esta publicación:

OPINIONES Y COMENTARIOS