Porque ahora sé que me olvidaré de él durante esta semana.

Me va a costar, sé que me va a costar, pero solo necesito entrar en mi zona de confort, centrarme en mí, enfocarme en todo lo que soy sin él. Intentar que su ausencia se sienta como una pausa y no como un vacío. Convencerme de que esta vez será distinto, de que podré seguir adelante sin mirar atrás.

Pero el problema no es ahora. El problema es cuando vuelva.

Porque cuando regrese, cuando vuelva a estar cerca, todo lo que logré controlar se irá de mis manos. Mi mundo se pondrá patas arriba con una sola mirada, con un solo gesto suyo, con su simple presencia. Y sé que él no lo siente igual. Sé que él no se pasa los días luchando contra lo que siente, porque él está con su novia, porque su vida sigue sin cuestionarlo, porque para él todo parece tan claro como para mí confuso.

Claro, y él está ahí todos los días, hablando con ella, compartiendo su día, riendo, conversando.

Podría ser yo la que estuviera en ese lugar, la que escuchara sus historias, la que recibiera sus mensajes sin tener que buscarlos. Pero no, no soy yo. Y duele, aunque finja que no, aunque me haga la dura, aunque actúe como si me diera igual.

Me repito que no pasa nada, que así está bien, que esto es lo que tiene que ser. Me convenzo de que no debo sentir nada, de que no debo esperar nada. Pero cuando lo veo, cuando sé que él está ahí, viviendo su vida sin mí, algo dentro de mí se revuelve, porque aunque quiera engañarme, aunque trate de ser fuerte, la verdad es que todavía me importa más de lo que debería.

Y aún así, cuando vuelva, cuando el destino vuelva a ponerlo frente a mí, sé que algo dentro de mí se romperá otra vez. Porque dos no se miran si uno no quiere. Y el problema es que yo siempre quiero.

URL de esta publicación:

OPINIONES Y COMENTARIOS