¡Claro que quiero morir!

La filosofía del absurdo de Camus influyó profundamente en mi manera de pensar y habitar el mundo. Comprender que al universo le somos indiferentes, que la vida no posee un sentido dado, absoluto o divino, lejos de angustiarme, me alivió. Me permitió soltar el peso de tener que encajar en algún propósito externo, y me regaló el permiso de inventar el mío.

Desde esta vereda absurda —donde la única certeza es el sinsentido— me asumo libre para construir mi propia definición de la vida. Esa libertad no es caprichosa, sino ética: una decisión cotidiana de actuar con responsabilidad social, con compromiso hacia la salud mental y con una crítica frontal a los sistemas de opresión.

Me gusta la idea de morir. No me desespera. Me alivia, me motiva. Mi vida tiene sentido porque acaba. Saberme transitoria me empuja a no guardar nada, a no ahorrar ternura ni palabras. Me gusta saberme limitada e inquieta. Tengo la herida en la boca y el fuego en las manos. No vine a quedarme intacta, vine a quemarme entera.

Cuando me di cuenta de que no tenía un propósito esperándome, me fabriqué uno con lo que tenía a mano: dudas, lágrimas, furia y una pasión que no se apaga. Me hice psicóloga porque decidí construir un sentido en el que poner mis saberes al servicio de lxs demás. Porque sanar, para mí, es también una forma de resistir.

Mi conocimiento no tiene sentido si no lo comparto. No quiero acumular teorías ni lucirme con palabras bonitas. Quiero entregar lo que sé, abrir lo que duele, acompañar sin prometer certezas. Quiero que cuando llegue el momento de morir, no me quede nada por dar. Quiero irme sin reservas, sin tesoros guardados, sin voz contenida.

¡Claro que quiero morir! Pero no sin antes dejar mi voz escrita en las grietas del mundo. Usaré mi (nulo o suficiente) talento literario como trinchera. Porque escribir, para mí, es una forma de rebelión. Es decirle al sinsentido: “te vi, y aún así, no me rindo”. Porque si la vida es absurda, que al menos sea nuestra. Y que duela con sentido.