MANIFIESTO: MI CUERPO NO ES MERCANCÍA
Mi cuerpo no es un error.
No es un envase que debe ajustarse a una norma.
No es un proyecto de perfección ni un producto para el consumo.
Mi cuerpo es territorio político.
Lo que me duele no es individual:
es estructural.
Es el resultado de siglos de violencia patriarcal,
de un capitalismo que encontró en los cuerpos de las mujeres
una mina inagotable de explotación, control y beneficio.
Desde niña, fui convertida en objeto.
Expuesta, medida, sexualizada.
Fui abusada.
Y desde entonces, mi cuerpo dejó de ser mío.
Fue tomado por la fuerza,
y luego por el discurso:
el de los medios, la industria de la belleza, las normas de género,
la moral, el mercado.
Me enseñaron a verme con ojos ajenos.
A desconfiar de mi propia carne.
A reducir mi existencia a un espejo.
A pensar que valgo lo que pesa mi cuerpo,
lo que cubre o exhibe, lo que agrada o decepciona.
Esto no es solo violencia simbólica.
Es disciplinamiento de género.
Es el mandato de la delgadez como marca de clase,
como forma de distinción y castigo.
Es el recordatorio constante de que mi cuerpo debe doler para pertenecer,
de que no soy suficiente hasta desaparecerme.
Y aún siendo psicóloga, aún sabiendo que todo esto es opresión,
la trampa es tan profunda que me duele igual.
Porque no basta con comprender.
No basta con leer teoría.
Estamos atrapadas en un sistema que lucra con nuestro malestar.
Porque si no nos odiamos, no consumimos.
Porque si nos queremos, somos peligrosas.
Porque si nos organizamos, nos volvemos ingobernables.
No soy la única.
Y eso me duele más.
Ver a las niñas crecer creyendo que fallan por tener cuerpo,
verlas odiarse antes de conocerse,
someterse antes de rebelarse.
Nos quieren eternamente jóvenes,
deseables, blancas, sumisas, disponibles.
Nos quieren útiles para los hombres, para el mercado, para la productividad.
Y cuando dejamos de servirles, nos desechan.
Nos quieren sin arrugas, sin pelos, sin hambre,
sin rabia.
Pero yo tengo hambre.
Tengo rabia.
Tengo conciencia de clase.
Y tengo memoria feminista.
No quiero un cuerpo perfecto,
quiero un cuerpo libre.
Quiero que las mujeres podamos habitarnos sin culpa.
Quiero que nuestra existencia no se mida en función del deseo ajeno.
Quiero que nuestras hijas no nazcan con deudas estéticas.
Quiero romper con este sistema que nos empobrece mientras nos exige belleza.
Esto no es autoestima. Es lucha.
Porque el amor propio también es político.
Porque la rebelión empieza en el cuerpo.
Estoy cansada.
Estoy viva.
Estoy furiosa.
Y no me callo más.
Mi cuerpo no es mercancía.
Mi dolor no es casual.
Mi rabia es colectiva.
Y mi deseo es revolución.
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