Lacónica Unidad

Lacónica Unidad

Germayed

17/06/2025

  El pensamiento humano llegó al cenit en el preciso momento de la transcendencia de la razón hacia lo infinito. 

Desde que los filósofos racionales percibieron la realidad última a través de las vías de la reflexión crítica, atravesando los senderos de la parcialidad -lo finito y caduco- hasta desembocar, sus ideas, en los océanos abstractos de la eternidad, la filosofía tocó fondo para dar vueltas y vueltas en explicar la metafísica recurriendo a argumentos repetitivos que no se dirigen a ninguna parte sino caen en la trampa de andar en círculos sin llegar al punto final de qué es La Unidad y cómo vivirla y conocerla.

La pesadez de ésta filosofía radica en su nulidad por conocer la ligereza y simplicidad del Uno: Un ejemplo de lo expuesto hasta ahora aquí es la filosofía de Theodore Adorno en su limitadísimo intento por explicar la metafísica del conocimiento y buscar, por las vías de la razón estructurar una teoría de la Unidad mediante silogismos y enunciados lógicos perdidos en su propias fronteras finitas, en consecuencia: ¿Arriesgan, estos filósofos occidentales su paz interior para racionalizar ideas abstractas simplemente explicadas breve y brillantemente con excelsos laconismos orientales al estilo del viejo sabio Lao Tsé? 

La sociedad occidental está perdida en buscar respuestas racionales a La Unidad. La desconexión con el cosmos no está en ignorar su existencia como realidad viva, sino en reducir la existencia a las leyes de la mecánica clásica, de la razón lógica. ¡Ya encontramos y conocemos a La Unidad! Dicen los antiguos gnósticos y los sabios orientales: «sólo vivan en armonía con la naturaleza, vivan sin competir, sólo conquístense a sí mismos». «¡No hay nadie fuera!» «¡No hay nadie a quien impresionar! Sean ustedes, en su miserable pero hermosa mismidad». «Sólo su conciencia tiene la soberana facultad de canalizar las poderosas fuerzas de la voluntad, unas veces para crear, otras para destruir, y la mayoría de veces para reformar. Sean dueños de sus vidas, precisando, a manera de consejos, aliviar las cargas del hermano». 

«En ustedes está la decisión de alcanzar el elevado conocimiento del Uno mediante la introspección y las praxis externa, praxis capaz, en el mejor de los escenarios en encaminar la evolución de la conciencia humana a través del servicio, llevando calma a las almas sufrientes». 

Eso es La Unidad, experiencia, sensibilidad y no abstracciones teóricas jamás hecha práctica por los eruditos de la filosofía: Sólo sirve- su abstracción-  de arrogancia académica en su reyerta egoísta por saber quién, de entre los eruditos y académicos teóricos acumula datos en sus mentes y luego alimentar al ego en debates, la mayoría de veces, infértiles e inocuos porque no se practica la predica academicista allí, en el mundo objetivo, real. 

 La falsa empresa del conocimiento sin compromiso con la Unidad es, a todas luces, una falacia existencial cuya finalidad es aumentar la teoría y no practicar la empatía hacia las almas vulnerables que yacen tiradas debajo de alguna puerta en busca de protección frente al torrencial aguacero. 

La Unidad no precisa de teorías entendidas por una minoría parcelada en las cuatro paredes de un salón de clase, necesita expresión, libertad, hechos, acciones concretas en y sobre la realidad.

La Unidad desprende solidaridad y se alimenta de empatía: Sin embargo los filósofos se contentan con publicar trabajos de investigación en prestigiosas revistas pero se abstienen de servir a los pobres, los enfermos y abandonados en sus recintos purulentos, donde el aura de la tristeza y el dolor sofocan la alegría del vivir. 

No hace falta diseccionar a La Unidad, no tiene sentido práctico. La razón humana no gobierna los reinos de la conciencia absoluta, pues ésta conciencia es neutral, no es posible adjudicarle adjetivos bipolares para encuadrarla dentro de marcos de entendimiento humanos, determinados por sistemas de creencias, construidos entre murallas divisorias culturales responsables del conflicto, y no del encuentro, el diálogo, la paz. 

La Unidad no es un ente totalitario ni justifica tiranías, como algunos pensadores han interpretado al espíritu objetivado de Hegel, sino los humanos, de disímiles credos, color de piel, etnia, nacionalidad, son bienvenidos a esa Unidad metafísica que está más acá que de allá, porque, como decía Dalí: «en la mezcla está la pureza»

El cúlmen de la filosofía humana yace en la Unidad o Mónada, de allí se desprenden las células inconscientes en objetivo de adquirir conciencia a medida que transitan por las turbias aguas del universo material: lograr la conciencia absoluta es el destino de todos los hombres y mujeres vestidos en carnes, su corazón reboza de gozo por retornar a la fuente, aunque la vuelta sea dolorosa, cuyos senderos están llenos de sombras extrañas, tétricas oscuranas abisales. 

No hay más que pensar, la vía hacia la Unidad precisa del paso a través del enfrentamiento, el conflicto entre polos que son caras de una misma moneda hasta, a manera de camino natural, la guía a El Uno conduce a las diestras almas ungidas en las pomadas de la paz en el trayecto a la reconciliación y la fusión total con esa Unidad, de la que se parte y se regresa. 

El gozo más hermoso es aceptar el caos y saber que en el próximo nivel, el éxtasis de la serenidad perenne es el axioma de La Unidad donde yace, sin afán, el orden perpetuo. 

La razón moral sirve a la conciencia para elevar a las almas hacia las alturas de la comprensión. Eso es la sabiduría: el equilibrio tenue entre episteme y gnósis. En encarnar la luz de la razón en La Unidad, alcanzando la iluminación sempiterna de la conciencia omnisciente. 

No se pretende juzgar a la razón científica y vivir estrictamente bajo sus preceptos, sino trascenderla al vivirla mediante la atención plena de las causas sustanciales del sufrimiento hasta que por intuición, la solidaridad no se asuma como una imposición religiosa sino como compromiso vital con La Unidad. 

¡En este siglo, casi nadie, ningún individuo, está preparado para vivir en absoluta soledad, comprendiendo, en ésta sublime experiencia, la existencia de todas las almas humanas dentro de su mismo pecho! Ya lo decía la frase inscrita en el pronaos del oráculo de Delfos, y además, máxima filosófica de Sócrates: «conócete a tí mismo». 

La mágica puerta del conocimiento del otro está en el autoconocimiento y no en las balurdas especulaciones soltadas a cuatro soplos cuando la arrogancia de saber, juzga a priori, al ser- del- Otro: La sabiduría yace en el silencio, no en opiniones ni comentarios preconcebidos por generalizaciones ruines, obcecados dogmas capaces de distorsionar la profunda realidad del ser en su esfera puramente sintiente. 

El espíritu carente de conciencia sobre sí mismo, cuya individuación es nula no le está permitido el acceso hacia las elevadas cimas de la luz perpetua. Esa luz no le es dada sino debe buscarla, construir su vida mediante la ética de la empatía para tomar el cetro de la conciencia e iluminar este mundo confundido, en tinieblas. 

No veo diferencias, sólo percibo humanos, árboles, animales, todos experimentando, de distintas formas, la dolorosa y grata experiencia en la materia. ¿No es acaso poderoso motivo capaz de despertar las enérgicas pasiones de la empatía y comenzar a firmar la paz con nuestra propia conciencia, y en consecuencia, reconciliarnos con la vida?

Somos Uno: aunque hayamos olvidado las antiguas enseñanzas de los maestros anacóretas. He ahí la estancia infinita del goce delicioso cuyos espacios internos aún no son conocidos por nuestra adolescente civilización terrestre. 

Miren más allá del entendimiento, hurgen en la razón suficiente de las acciones humanas: encontrarán en el todo, la ansiada liberación, el cese del dolor existencial. Sólo la paz interior es la llave maestra hacia la Unicidad, porque en sí misma -La unidad- armonía y servicio mutuo es libertad, sin embargo más trascendente aún, es emancipación. 

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