«La Cena de los Hermanos Valente»
(3 de junio, cervecería «El Progreso», Parque Chacabuco, Buenos Aires)
Las cenas mensuales eran ley inquebrantable. Cada martes Esteban le mandaba las “coordenadas” a su hermano, Dante, – “Mañana a las 20:00 nuestro ritual”– . Definió el lugar cual jefe de tropa a su pelotón el lugar de batalla; siempre algún restaurante de manteles blancos en Recoleta (donde nadie los conociera). La regla en común: estaba prohibido hablar de medicina después del primer aperitivo. Y lo que cerraba el ritual, Esteban pagaba –»Soy tu hermano mayor»– decía, aunque Dante ganaba más desde que dirigía el centro de rehabilitación.
Dante no deseaba etiquetas esta vez, quería algo más casual. Respondió al mensaje de Esteban con un – “Mañana cambio de planes, te veo en Pedro Goyena y Hortiguera🍻”–. A Esteban le costaba salir de la rutina, pero no se negó.
—
La noche mantenía una temperatura más baja de lo habitual, era un julio atípico. Encontraron una cervecería ruidosa con mesas de madera gastada y paredes llenas de fotos de boxeadores. Esteban, acostumbrado a vinos y bebidas de élite se arriesgo con una IPA, era oscura pero tentadora, y tan amarga que lo hizo toser. Dante, en cambio, se deshizo de las formalidades al pedir una rubia artesanal que sabía a trigo y nostalgia.
La confesión llegó después de la Honey de Dante, y la tercer IPA que le sirvieron a Esteban; eran cerca de las 23:00.
Dante jugueteaba con el lápiz mecánico en su bolsillo cuando soltó:
—»Voy a un taller de escritura. Los martes al mediodía».
El silencio que siguió fue tan denso que el ruido de la cervecería desapareció.
Esteban, de 38 años, cirujano cardiovascular, padre de dos niñas, dejó su vaso sobre la mesa con un golpe seco.
—»¿Desde cuándo?» (Su voz sonó ronca, como si la IPA le hubiera arañado la garganta).
—»Tres meses». Dante miró por primera vez a los ojos de su hermano. –Hay una mujer… Clara. Es audaz, despreocupada, creo que tiene tu edad. Todo lo opuesto a la vida que llevo. Y sí, me atrae. Me atrae porque con ella, o por ella, volví a escribir. Ella me impulsa, me desafía, me hace sentir que puedo ser el que era antes de que la rutina lo cubriera todo. Con sus charlas sobre libros que nunca leí, comentarios ingeniosos… y una alegría que me invade.
Esteban giró su vaso, observando las burbujas morir contra el vidrio.
—»¿Es eso lo importante?» (Una sonrisa lenta le dobló los labios). «¡Dios mío, Dante. Estás escribiendo otra vez!».
Esteban recordó los cuadernos que robaba de la habitación de Dante, maravillado en secreto por el talento de aquel niño de quince años. Cómo Dante hilaba palabras y creaba universos enteros en sus ratos libres.
Dante, por su parte, pensó en el lápiz mecánico que Esteban le había regalado y que aún atesoraba; un consuelo después de que su padre quemara, sin piedad, todos los poemas que escribió en los recreos del colegio.
En ese momento, ambos sintieron, al mismo tiempo, el fantasma de su padre en la silla vacía junto a ellos, resonó en sus mentes el discurso tajante que los acompañó a lo largo de su vida –”Los Valente somos médicos, no bohemios»– , se dijeron al unísono y rieron a carcajadas, como liberándose de un gran peso que los agobiaba.
—
La noche transcurrió entre risas antes contenidas y recuerdos compartidos con una nueva luz. Las horas se disolvieron, y la madrugada los encontró aún conversando, las voces roncas, el silencio cómodo. Jamás se lo dijeron, pero el aire entre ellos se había vuelto más denso, cargado de una complicidad recién descubierta. Al despedirse, Esteban abrazó a Dante más fuerte que de costumbre. Le susurró al oído:
—»Traéme algo del taller. Lo que sea. Quiero leer lo que escribís ahora».
Y antes de que Dante pudiera protestar, añadió:
—»Y esa Clara… si te hizo reír de verdad, es valiosa».
Se separaron. En ese instante, las luces de un colectivo que pasaba iluminaron por un segundo el costado de su rostro, revelando la cicatriz que Dante cargaba desde la adolescencia. Esteban la señaló con un movimiento sutil del mentón.
—»¿Te acordás cuando me dijiste que esa herida te había dado superpoderes?».
Dante rió. La segunda vez ese día.
OPINIONES Y COMENTARIOS